27/02/22
De dentro afuera
Domingo VIII T.O.
Eclo 27, 4-7
Sal 91, 2-3. 13-16
1 Cor 15, 54-58
Lc 6, 39-45
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Cada uno carga con la viga que su propio corazón coloca en sus ojos. Todos estamos convencidos de ver el mundo tal como es, sin asomo alguno de duda. Pensamos que conocemos según vemos, pero no es así sino que, en realidad, vemos según conocemos. Conocer implica siempre un encuentro y exige un acercamiento. Y de este movimiento surge el modo en que vemos, valoramos, la realidad y todo lo que contiene. No nos acercamos a las cosas a pecho descubierto sino que lo hacemos mediatizados por la comprensión que, desde diferentes confluencias, nos vamos forjando de la realidad. Esta comprensión nos sirve de guía y de intérprete por eso nos cuesta tanto desprendernos de ella.
Como estamos convencidos de nuestra razón nos sorprende que los demás no caigan rendidos ante ella. Esto es sólo un fallo de enfoque. Existen tantas perspectivas como personas y es difícil llegar con facilidad a un consenso. Pero, además, las lecturas de hoy nos dicen que existe gente mala. Son aquellos que quieren imponer su visión a los demás. Jesús les llama hipócritas con todas las letras. Al hablar sus palabras les traicionan. Si sólo tuviésemos la primera lectura esta reflexión podría llamarse “elogio de la conversación”. Estamos allí ante la percepción filosófica de la verdad que, en el conjunto del libro, se pondrá en conexión con la duda existencial, con la sabiduría, con el reconocimiento de la intervención de Dios en la historia y con la exigencia de justicia. Jesús da un paso más y afirma que cada uno saca de sí aquello que lleva dentro. Porque hablar, para Dios, es crear desde sí mismo y para nosotros, sustentar nuestra propia acción; dar razón de lo que somos y hacemos; darnos sentido. Es la intención del ser humano la que aflora en la palabra y, sobre todo, en la acción de cada uno. Así, la palabra y la acción muestran la intención. Y la intención revela lo dañada o sana que está la naturaleza de quien la proclama o realiza.
No creo que Jesús afirmase rotundamente que existe gente mala. Pero sí que existen personas heridas en lo más hondo. Normalmente, todos nos empeñamos en mantener esa palabra, esa perspectiva, ese modo de hacer las cosas. Nos hace falta caer en la cuenta de que sólo el bien puede absorber el mal. Estos dos no son una dualidad irresoluble. El mal será vencido cuando las relaciones sociales se transformen según los criterios de Jesús, que nunca lo utilizó como respuesta ni como provocación. Así nos lo dice Pablo. El pecado es el mal producido a los demás. Punto. Es el daño que hacemos buscando nuestro beneficio y amparándonos en la fuerza e la ley; de la lógica humana de acción y reacción. Frente a eso sólo nos queda la respuesta activa y no violenta de Jesús: acepta los riesgos; denuncia y condena con la intención de sanar; interviene proporcionadamente buscando evitar el mal que daña a los inocentes… Silencia tu odio y ora. Dios es amor que habita en ti. No intervendrá milagrosamente desde algún cielo para responder cadenas de oración porque no está ahí arriba esperándolas. Vivimos a la intemperie pero podemos asociarnos con muchos otros desde nuestro amoroso centro divino y desde ahí exigir justicia como Ben Sirá en el Eclesiástico, como Pablo en sus cartas y como Jesús durante su vida para que todos puedan llegar a gozar en persona la esperanza del salmista.
De dentro afuera |
Por todos los inocentes