miércoles, 13 de abril de 2022

EL VACÍO SE VA LLENANDO. Jueves Santo

 14/04/2022

El vacío se va llenando.

Jueves Santo

Ex 12, 14-8. 11-14

Sal 115, 12-13. 15-16bc. 17-18

1 Cor 11, 23-26

Jn 13, 1-15

Si quieres leer las lecturas pincha aquí.

Sin tiempo para echar raíces porque hay que pasar rápido y, sin embargo, fieles a la tradición recibida. Esta es nuestra paradoja. Nos situamos al límite de lo conocido y, desde ahí, lo reorientamos todo de un modo distinto. Nos vamos desprendiendo de todo aquello que nos ata para abrazarnos al vacío que nos libera. Jesús se mantuvo fiel a la tradición de su pueblo pero la interpretó de un modo distinto al que sus paisanos conocían; la vació de todo lo que significase orgullo, seguridad, posesión o privilegios y a partir de esa interpretación se colocó donde los demás no podían ver nada más que vacío. Un vacío inaceptable para las jerarquías y las autoridades y sólo tolerable por sus amigos, como Pedro, en cuanto venía de él y no querían perderle. Pero era, para todos, incomprensible. Jesús sigue inserto en sus coordenadas religiosas y culturales pero al verlas desde Dios las encuentra limitadas y mejorables. Su fidelidad le libera de todo aquello que en su tradición es contrario al ser de Dios y su vida es, por sí misma, el anuncio de esa realidad.

Jesús nos descubre que todo en la vida es don y el mayor don son los hermanos y hermanas que van viviendo la vida contigo. Vivir la fraternidad es  vivir de forma agradecida, reconociendo, en primer lugar, la intervención de Dios que nos proporciona compañeros de camino y, en segundo lugar, el papel de los demás en tu vida. A partir de aquí tan sólo es posible corresponder poniéndolo todo a disposición de los demás y eliminando cuanto sea un obstáculo para ello. Para Jesús vivir la fraternidad es un compromiso personal que asume eucarísticamente con actitud sacerdotal. Para Jesús la vida entera es ponerse a disposición de los demás como respuesta al amor recibido del Padre que él identifica también en todos los demás, especialmente en aquellos a los que todos dejan de lado. Especialmente con ellos ejerce una labor sacerdotal; una intermediación que conecte su existencia con el amor de Dios que les tiene siempre presentes. Son ellos los únicos, aunque en rigor y que sepamos, habría que decir las únicas, que lavan también los pies de Jesús y le muestran el valor de la gratitud y la fuerza sanadora que Dios ha podido desplegar a través suyo. Por su fidelidad a este descubrimiento y a quienes se lo enseñan y por su confianza radical en el Padre llegará hasta la entrega total convirtiéndola en testimonio de que también el mismísimo Dios sufre con ellos y como ellos; que ni el dolor más pequeño le es ajeno ni existe alegría que no esté bendecida por él.

Participar de la eucaristía es descubrir al Dios que se abaja para lavarnos los pies presente en aquél o aquella que lo lleva a cabo. Es disponerse a hacer lo mismo con los demás. En la medida que hagamos ambas cosas podremos ejercer un sacerdocio que sea verdaderamente servicio, transmisión de nuestro propio descubrimiento y comunicación de su realidad a todos. El valor de la comunidad es el de ser marco para esta experiencia, pero también el de ser capaz de extenderla más allá de cualquier frontera. La eucaristía, como acción de gracias comprometida que revela a Dios en nuestra propia entrega a los demás y el sacerdocio, como su ejercicio real y cotidiano tienen sentido en ese marco fraternal sin que esa demarcación excluya a los de fuera porque en el vacío caben todos. 


El vacío se va llenando.


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