26/06/2022
Pelícanos cruzando el mar.
Domingo XIII T.O.
1 R 19, 16b. 19-21
Sal 15, 1-2a. 5-11
Gál 5, 1. 13-18
Lc 9, 51-62
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Una leyenda medieval atribuye al pelícano la costumbre de auto lesionarse para hacer brotar sangre de su pecho con la que alimenta a sus polluelos en tiempos de escasez. El pelícano es también, como todas las aves marinas, capaz de adentrarse en el mar. El mar, para el pueblo judío, era una amenaza; un símbolo de muerte. El pelícano atraviesa la muerte y alimenta a los demás con su misma vida. Por eso, en muchos sagrarios aparece la imagen de un pelícano. Jesús aparece hoy como quien cuida de todos: de los samaritanos a los que sus discípulos quieren arrasar y a los ciudadanos de Jerusalén a los que manda mensajeros. Jesús actúa así a imagen del Padre que cuida de todas las criaturas sin que ellas se aperciban. Y nos invita a todos a hacer lo mismo; a ingresar en la vida. Quienes entramos en la vida, aunque nademos aún en sus orillas, descubrimos que el mar no es imagen de muerte. La vida que Jesús propone se descubre tras un cambio absoluto de perspectiva.
El mar nos parece muerte cuando lo miramos desde aquí, pero al sobrevolarlo se aprende que todo surge de él y que nos conecta con otra realidad, con otra orilla que desde aquí no percibimos. La vida es ser porque todo se conjuga en infinitivo y ese ser no termina al entrar en el mar. Cada uno es allí como fue aquí, pero con una conciencia diferente de las cosas y de sí mismo. Allí conoce de un modo nuevo y allí se une con los que llegaron antes, sin por ello dejar de estar unido a los de aquí. Cuando se llega a la Vida plena que llamamos Dios uno se encuentra con todos los seres queridos que partieron antes; con los suyos y con los nuestros. El amor que nos une a todos no tiene fronteras y no depende de que nos conozcamos o no. El amor que ponemos en la vida de cada uno permanece siempre y una vez llegados allí se reconocen, gracias a él, como seres amados por nosotros. Vosotros, que habéis llegado ya hasta esa otra orilla, no estáis en Dios; sois ya Dios, porque formáis parte de la corriente de amor que mueve el universo. A partir de este momento pensar en Dios es pensar en vosotros y pensar en vosotros es tenerle presente a él. Quienes vais hacia él no vais, sino que venís porque Dios habita en el corazón de cada ser humano. Reunirse con él es habitar en todos nosotros que seguiremos siendo, así, depositarios del amor que comenzasteis a darnos aquí.
Ya sólo los muertos entierran a los muertos. Los vivos, aunque todavía lo estemos poco, ni os entregamos ni os dejamos partir sino que os recibimos de un modo nuevo. Por eso, puede que nos sintamos huérfanos, pero somos felices porque sabemos que todo está bien; no es que todo vaya a ir bien, algún día; es que todo está ya bien. Y esta seguridad nos da fuerza para no dejarnos esclavizar por nada más, pero, sin embargo, nos esclavizamos los unos a los otros, tal como a vosotros, Carmen y Josema, os vimos hacer. Con la confianza puesta en el Señor que no deja conocer la corrupción a sus amigos vivimos esperanzados mientras vamos transitando el sendero sin importar cuantas yuntas tengamos que sacrificar. La llamada de Jesús es personal para cada uno y desde el momento que se formula es llamada para la eternidad y la vocación de amar al prójimo no se disuelve al cruzar el mar; al contrario, se profundiza.
Pelícanos cruzando el mar. |
Para Flor, Marta, Marcel, Jordi, Javi y demás familia.
Para todos nosotros, huérfanos felices...