sábado, 8 de abril de 2023

LO INDELEBLE. Domingo de Pascua

09/04/2023

Lo indeleble.

Domingo de Pascua.

Hch 10,34a. 37-43

Sal 117, 1-2. 16ab-17. 22-23

Col 3, 1-4

Secuencia

Jn 20, 1-9

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¡Reventó la primavera! La vida se desborda por doquier. La vida lo es todo. La vida es Dios. Dios es la Vida y lo contrario es la muerte. Estamos hoy celebrando la vida. La victoria de Dios sobre la Parca, que gustó siendo humano, pero sobre la que ha salido triunfante. Este es el día en el que la acción del Señor, la creación, alcanza su plenitud. Hoy, “muerto el que es la vida, triunfante se levanta”. En el relato evangélico se nos presenta el proceso que lleva a este descubrimiento. En primer lugar, Magdalena evidencia que algo ha sucedido y lo interpreta de forma lógica: “se lo han llevado”. Pedro entra en el sepulcro y, viendo el panorama, queda absorto y Juan, finalmente, entra tras él pero con una novedad: ve y cree. Magdalena ve, Pedro constata y Juan cree. Así, podremos decir que, en primer lugar, viene el descubrimiento; algo ha cambiado, no es como pensábamos que era. Después, comprobamos que ese cambio se ha producido, pero no somos capaces de explicarlo. Por fin, se da el paso decisivo de ver, cambiar la perspectiva, comprender todo aquello que había sido anunciado o intuido; y con ese ver llega el creer. Ni es posible la demostración ni tampoco es necesaria. La evidencia da paso a la convicción y a partir de aquí todo es nuevo.

Jesús ha resucitado. La Vida se ha manifestado plenamente en él. Hasta este momento sólo lo había hecho de forma esporádica en milagros o curaciones. Había sido como un destello que se colaba por los resquicios. Jesús fue un ser humano real, de carne y hueso, pero en su intimidad había acogido plenamente al Dios que había decidido encarnarse en él. Fue la humanidad de Jesús la que posibilitó esta acogida hasta llegar a despertar por completo y reconocerse como Hijo de Dios, como Dios mismo andando por los caminos y pasando por las aldeas de aquella tierra, como Lucas nos recuerda, “haciendo el bien”. Pasó dejando que la vida se le escapase por los poros y llegase a todos. Así, Jesús alcanzó la Vida plena antes de morir y su muerte fue el acceso definitivo a su plenitud personal en cuanto que no dependía ya de esta realidad que nos es conocida a todos. 

Nosotros, en cuanto humanidad, podemos también acoger plenamente a Dios. Lo cierto es que Dios mismo está ya presente en nosotros desde el principio de nuestras vidas. Según nos decía el Génesis, es su aliento vital el que nos constituye en seres vivientes. Por eso, en vez de hablar de acoger a Dios habría que hablar más bien de dejarle ser en nosotros; de llegar a ser lo que somos, de ser verdaderamente vivientes; seres que, conscientemente,  participan de la Vida. Jesús dejó que Dios fuese en él y así llegó a ser quien todos conocemos. También nosotros podemos dejar a Dios ser en nosotros. De hecho, con su resurrección, Jesús nos ha mostrado no sólo nuestro destino final, sino, sobre todo, nuestra naturaleza más profunda. Somos ya, cada uno en diferente medida, Vida plena que se va manifestando entre resquicios. Jesús resucitó, hizo del resquicio puerta abierta, ya antes de morir físicamente. Por eso su resurrección pudo ser palpable para todos. Por todo esto, el autor de la carta a los colosenses nos anima a aspirar a “los bienes de arriba”, a no conformarnos con la vida tal como aquí se entiende. Estamos llamados a ser mucho más. Somos mucho más. Frente a cualquier adversidad, lo indeleble en nosotros es, precisamente, ese aliento vital, esa Vida que nos llama a gritos a entrar en nosotros mismos, a ver y a creer. Somos vida que está llamada a salir del sepulcro llevando a otros muchos con nosotros, porque acercarse a eso indeleble propio de cada uno es acercarse al de todos los demás. Somos vida, Resurrección, llamada a vivir conscientemente el paso, la Pascua, el tránsito, que es la muerte, para acampar en la Vida como pueblo en marcha.   


Lo indeleble


 

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