sábado, 13 de junio de 2020

CORPUS


14/06/2020
Corpus
Dt 8, 2-3. 14b-16                                                    Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Sal 147, 12-15. 19-20
1 Cor 10, 16-17
Jn 6, 51-58
Para una mentalidad religiosa que ve a Dios como responsable de todo cuanto pasa es posible concebir que ese ser divino te lleve al desierto para probarte, que te coloque al límite de tus fuerzas y que después te alimente milagrosamente. Un alma religiosa que percibe a Dios a su alrededor y lo siente en sí misma lo verá más bien acompañándole en cualquier adversidad hasta el extremo de hacerse él mismo alimento capaz de sostenerla en cualquier situación. “Recuerda, pueblo, como el Señor ha estado siempre contigo…”  Ese mismo Dios que se empeña en estar con nosotros se hizo hombre, haciéndose disponible, colocándose a nuestro alcance, a nuestra merced. Y sigue empeñándose en nacer en cada uno de nosotros; ese es el testimonio de las grandes corrientes espirituales (místicas, dicen algunos, pero la palabra aún asusta). Dios se hizo uno de nosotros, asumió la persona de Jesús de Nazaret y dejó así claro cómo todos podemos dejarle nacer en nuestro interior, cómo todos podemos dar rienda suelta a la divinidad que nos habita. Porque el único pecado del mundo es intentar sofocar aquello que quiere desbordarnos desde nuestro interior. Las consecuencias de esta pretensión son eso que denominamos el mal, la negación de Dios, la cruz del mundo.
El cuerpo es el centro. Es aquello que nos define frente a los demás, a la realidad exterior, al mundo y que nos permite comulgar con todos ellos y con Dios; está llamado a ser lugar de encuentro, de expresión de nuestra identidad más profunda. Es imagen de nuestro verdadero y más profundo yo. Una vez transfigurados, tanto el yo como el cuerpo están llamados a unificarse plenamente y ser parte de un todo mayor, célula de un cuerpo real que nos agrupe a todos. Jesús no se reservó para sí ni tan siquiera su propio cuerpo y nos lo ofreció como alimento. Su alimento era hacer la voluntad del Padre, dijo en cierta ocasión; el nuestro es su cuerpo, su manera de vivir y de relacionarse, su modo de entregarse hasta el final. Comulgar en ese cuerpo no es algo privado y espiritualizante que nos sumerja en una intimidad privativa con Dios; es ofrecer el nuestro propio como él lo hizo. Partirnos y derramarnos para ser alimento.  Estos son los efectos del alimento verdadero, la vida en Dios que con él se nos da. El resultado de la acción de Jesús el Cristo fue este nuevo cuerpo en el que todos nos unimos, esa nueva realidad que se va construyendo con el ofrecimiento y la acogida mutua de uno a todos los otros.
Y, sin embargo, nos empeñamos en colocarlo donde él nunca quiso estar y agasajarlo con honores que él nunca aceptó. Hemos hecho del don un premio y nos hemos vuelto de espaldas frente a los cuerpos que nos gritan desde las cunetas. Las custodias más bellas y los más preciosos sagrarios se mueven sobre las calles y los campos y pocas veces los reverenciamos tanto como a aquellos otros a los que incensamos constantemente. Se va acercando el momento de reconocer a todo hombre y mujer como signo de presencia real, como alimento y como hambre a la vez. Como hambre que nos pide hacernos pan y como alimento que regenera nuestra fe y nuestra propia experiencia, que nos abre a los demás y a Dios a través de ellos.    

Corpus

4 comentarios:

  1. Gracias por esta hermosa reflexión. Me ha llegado cómo el único pecado es intentar sofocar aquello que quiere desbordarnos desde nuestro interior. Ojalá esta fiesta del Corpus nos ayude a profundizar en el don de Jesús y su entrega. También nosotros estamos llamados y llamadas a seguir sus pasos...

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    1. Gracias a ti. Como dices, todos estamos llamados a profundizar en su don y hacerlo nuestro. Un abrazo.

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