sábado, 6 de noviembre de 2021

UNA VIUDA LLAMADA JESÚS. Domingo XXXII Ordinario.

 07/11/2021

Una viuda llamada Jesús.

Domingo XXXII T.O.

1 R 17, 10-16

Sal 145, 7-10

Heb 9, 24-28

Mc 1,38-44

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Cuando los autores bíblicos quieren representar a quien ya lo ha dado todo y, sin embargo, no se niegan a seguir colaborando con los demás, recurren a las viudas. En aquellos tiempos recios estas mujeres lo tenían realmente mal. Sobre todo las más pobres, claro, porque también hubo otras mujeres, solitarias o no, mucho mejor posicionadas que mantuvieron con su capital a los primeros testigos y al mismo Jesús y su grupo itinerante. Estas de las que hablamos hoy no son, sin embargo, benefactoras capaces sino mujeres solitarias que sobrevivían como podían pero, aún así, no se negaban a colaborar hasta mucho más allá de sus posibilidades reales: hasta dar incluso lo necesario para vivir. Pero los dos relatos son, en realidad, muy distintos. La viuda que atiende a Elías confía en la palabra del profeta y cree  en la Providencia de Dios, que no dejará vaciarse la orza ni la alcuza, o tal vez, sólo cumpla con la ancestral ley de hospitalidad y se vea luego recompensada por su generosidad; se reforzará o se iniciará así su fe en esa Providencia. La viuda del evangelio cumple con la Ley al depositar su ofrenda en el arca y Jesús alaba su generosidad porque no hay mérito alguno en dar de lo que te sobra, como hacen otros. Jesús, así, pone también de manifiesto la inocencia de la viuda y la culpabilidad de un sistema legalista que procura el bienestar de unos pocos basándose en el apoyo de la institución religiosa.

Elías anuncia, Jesús denuncia. Y su denuncia es también señal de salvación para los inocentes y de juicio para los culpables. El juicio es, según el autor de la carta a los hebreos, el destino que nos espera tras la muerte y después de él, nos dice, volverá Cristo para reunirse con los que esperan ser salvados: con quienes han vivido confiados en la Providencia y con los inocentes machacados por la legalidad. Fue Jesús quien eliminó el efecto perverso del pecado, la irreversibilidad de su potencia; no su existencia, que depende de la libertad del ser humano. Fue la libertad de un solo ser humano puesta al servicio del amor de Dios la que terminó con el círculo vicioso de la violencia y la opresión. Jesús es el Cristo que pone su vida a disposición de ese amor e ingresa en el templo definitivo, en la plenitud donde no tienen ya sentido los sacrificios ni los privilegios de unos pocos por ofrecerlos o por interpretar ese marco que dicen entender.  Jesús,  como la viuda del evangelio, dio lo poco que tenía porque también él, como la viuda de Sarepta, vivía en la Providencia, en el amor definitivo de Dios. Definitivo porque es concluyente, pero también definitorio porque pone nombre al ser de Dios y al de quienes confían en él y viven como él. A quienes son cuenco que no retiene lo que recibe, sino que se vuelca en vivir sin hacer daño a nadie, acogiendo a todos, compartiendo el propio ser porque es lo más precioso que se puede compartir… haciendo de sus manos alcuza inagotable para todos. Son quienes viven y expresan la mima esperanza que el salmista sabiendo que son ellos mismos los agentes de la fidelidad divina. Las agentes, según los textos de hoy: las viudas que ponen el amor que florece aún en sus corazones al servicio de todos, sin retener para sí mismas la fuerza que, pese a todo, las sostiene.


Una viuda llamada Jesús

Para Ysabel, Valle, Carmen, Geles, Miguel, Alfredo, Ismael, Enrique... 

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