sábado, 2 de febrero de 2019

DEL AMOR. Domingo IV Ordinario


03/02/2019
Del amor
Domingo IV Ordinario
Jer 1, 4-5. 17-19
Sal 70, 1-4a. 5-6ab. 15ab. 17
1 Cor 12, 31 – 13, 13)
Lc 4, 21-30
Aunque hoy pueda resultar difícil hablar de elección divina es una constante que aparece en cada rincón de la Escritura. A nuestra sensibilidad moderna le cuesta concebir este acto que percibe como parcial y arbitrario. Sin embargo, convendría no olvidar que para que alguien te elija debes estar, de algún modo, presente para él. A cualquiera lo pueden escoger por sus capacidades para hacer una cosa determinada. Ese es el criterio de elección entre nosotros. Elegimos a quien pensamos que puede aportarnos algo, a quien creemos adecuado para una tarea o capaz de aprender a realizarla, a quien cumple ciertos requisitos o posee características que consideramos idóneas. Sin embargo, Dios nos elige antes de saber nada de nosotros. Cuando todo es futuro y no somos más que pura posibilidad. Para él, estamos ya presentes sin haberlo merecido. Somos amados por él sin necesidad de ser perfectos, antes incluso de poder ser, ni siquiera, buenos. Nos elige porque nos ama y ese amor nos constituye, nos hace plaza fuerte, columna de hierro, muralla de bronce, profeta de las naciones frente a la oposición de localismos  restrictivos.
Dios se abre al mundo sin reserva alguna. Por eso, no nos elige para permanecer en casa, parapetados tras la costumbre y habitando la seguridad de lo conocido sino para salir al encuentro de otros llevando el mensaje del amor que hemos experimentado. Dios nos ama gratuitamente y en su derramarse sobre nosotros nos indica cómo hemos de amar: inmerecidamente. El amor alumbra una nueva forma de relación entre las personas. Ya nadie será acogido por lo que pueda aportar, por la dignidad de su procedencia o por su pertenencia a un grupo selecto. Todos son amados, simplemente, por existir. Y ese amor será el fundamento de su desarrollo como lo es del nuestro y será también la argamasa que nos una a todos.
Nadie es profeta en su tierra, porque la tierra es el símbolo de aquello que pretende contenernos. La planta crece enraizada en la parcela que le tocó en suerte y le debe su crecimiento, la vida misma, pero es también rehén suyo. El precio de la libertad es abandonar aquello que te retiene y aceptar la incomprensión de quienes quedan atrás, sin airarse frente a su intento de despeñarte. Y a ese mundo nuevo somos lanzados con la única arma del amor. Pero no cualquier amor, sino aquel que se cumple hoy, que se hace real y transforma las cosas y las vidas sobre las que reposa. Es el amor que se encarna y actualiza en el hoy concreto de todos a los que somos enviados y de todos con los que encontramos. Quien da cuanto tiene encuentra el amor que le mueve y le da fundamento, conocerá a todos con el mismo amor con el que él es conocido y amará a todos con el amor con el que él es amado. Participará del único amor gratuito y verdaderamente constructivo. Es lo que nunca pasa pues sustenta aquello que hubo, lo que hay ahora y lo que habrá mañana. Del pasado nos queda la fe en el Dios que nos ha acompañado desde siempre, en el amor que se ha ganado nuestra confianza; en el hoy tenemos la esperanza que resurge en los pequeños gestos amorosos de solidaridad y justicia cotidiana y del mañana lo desconocemos todo salvo la seguridad de que el amor seguirá sustentándolo tal como lo ha hecho desde siempre con toda la realidad.   

Hombre-Árbol. Carlos Sánchez Hijarrubia

6 comentarios:

  1. Hermoso mensaje Y lo más hermoso es que eso es la realidad. Así os ama Dios, porque es Amor y no puede hacer otra cosa, si no amar. Que ese Amor nos transforme y hagamos nosotros lo mismo.

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    1. Gracias a ti, Mª Pilar por tu comentario.
      El Amor es así, como dices. ¿Qué más podemos hacer si no es amarle a él y a todos los demás en los que él habita?
      Un abrazo.

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  2. Gracias por estos comentarios que nos ayudan a interiorizar y desarrollar nuevas actitudes en la vida del día a día.

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