05/11/2023
Podemos más
Domingo XXXI T.O.
Mlq 1, 14 – 2, 2b. 8-10
1 Tes 2, 7b-9. 13
Mt 23, 1-12
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Malaquías
vivió tiempos convulsos: el rey había sido depuesto por los invasores persas y
los sacerdotes adquirieron un importante papel para el pueblo, salvaguardando
su maltrecha identidad nacional. Sin
embargo, no atinaron en todo; el profeta les acusa de aplicar la ley en su
provecho, de forma que muchos obtuvieron beneficio por su mediación y con su
beneplácito despojaron a otros en su propio provecho, profanando la alianza de
Dios con sus padres. El ser humano olvida pronto los lazos que le unen a sus
hermanos.
Siglos
después, la comunidad de Mateo vivió también tiempos incómodos. El año 70
guarda el recuerdo de la destrucción del Templo, centro religioso de Israel,
pero también político, por aquel entonces. Roma era ahora la potencia invasora.
La nobleza sacerdotal y el Sanedrín gobernaban el país bajo la supervisión del
gobernador ocupante. Cuando todo el sistema se vino abajo, los fariseos
ocuparon la cátedra de Moisés. Sin monarquía ni sacerdocio, fueron los seglares
más piadosos quienes asumieron el control de lo que quedó tras la severa
derrota militar que anunciaba ya la definitiva ruina política que habría de
llegar años después. Estos seglares no tuvieron mejor criterio que los
sacerdotes o los reyes anteriores. Buscaban imponer sus intereses y pretendían
aparentar lo que no eran, siendo incapaces de cumplir lo que ellos mismos
exigían a los demás. Por ello Mateo recuerda las exhortaciones de Jesús y las
actualiza de forma que sean útiles a su gente y en su tiempo: No llaméis a
nadie padre, no os dejéis llamar maestro
ni consejero, todos sois hermanos y la única jerarquía real es la del servicio.
Pablo agradece la acogida que él y sus acompañantes tuvieron entre los
tesalonicenses cuando les predicaron la Buena Nueva sin dejar de trabajar para
ganarse el sustento; queriendo no ser gravosos para nadie. Esta entrega fue,
según él, decisiva.
En nuestro mundo actual sigue siendo verdad que hay quien, aprovechando su posición, utiliza la palabra de Dios para imponerse sobre los demás. No son personas ni oficios lo que Jesús y Malaquías denuncian, sino esa actitud evasiva y aprovechada. Todavía hoy la conciencia religiosa alienta conflictos armados contrarios a la voluntad de Dios, se le llame como se le llame. Ni Dios, ni Adonay (o Hashem), ni Alá comprenderán la violencia que unos ejercen, otros padecen y los demás consienten. La Iglesia, por su parte, recogió y desarrolló la noción de ministerialidad como servicio a los demás, pero no siempre lo ha vivido así. Por otro lado, encontramos que el canto del salmista resume hoy la vocación del ser humano: conocerse bien para conocer tus capacidades y posibilidades y ponerlas confiadamente al servicio de los demás. Todo lo demás está de más. Entre esas capacidades está la de ganarse la vida para que tus palabras no sean deudoras de nadie. Entre las posibilidades, la de organizarlo todo de modo que no recaigan sobre nadie responsabilidades exclusivas, pues todos somos hermanos. Todos somos corresponsables de nuestra comunidad “doméstica” y de la universal. Dejarlas a ambas en manos de profesionales nos ha conducido a caer en la dejación y en la auto-convicción de que existen cuestiones que quedan fuera de nuestro alcance. Sin embargo, ya dijo el poeta que “mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas puede cambiar el mundo”. En la religión o en la política: en la vida, los pequeños podemos más.
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