sábado, 28 de septiembre de 2024

LO FUNDAMENTAL. Domingo XXVI Ordinario

29/09/2024

Lo fundamental.

Domingo XXVI T.O.

Nm 11, 25-29

Sal 18, 8. 10. 12-14

Snt 5, 1-6

Mc 9, 38-43. 45. 47-48

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Por propia experiencia, Moisés se da cuenta de que el espíritu que Dios le ha dado no es una exclusiva en beneficio propio. Dios mismo lo toma de él y lo reparte también entre los 70 ancianos que el propio Moisés había escogido y convocado a la tienda del Encuentro. Pero, por alguna razón, dos de ellos no acudieron a la cita, sino que se quedaron entre el pueblo, vaya usted a saber por qué. El caso es que, como ya sabemos, cualquier espíritu verdadero es incontenible y, pese a todo, Eldad y Medad profetizaron igual que los demás allí donde se encontraban. Provocaron así la indignación de Josué, pero no la de Moisés: “Ojalá todo el pueblo profetizara y el Señor infundiera en todos su espíritu”. Es curioso este nuevo orden que da Moisés, primero profetizar y luego donación del espíritu, distinto del más evidente: primero donación y luego profecía. Posiblemente esta profecía no se refiera tanto a la palabra inspirada, cuanto a la acción. El hablar de Dios es sinónimo de obrar. Si todos obrasen según la voluntad de Dios encontrarían la inspiración que diese sentido a su vida, que descansase su alma. En el fondo, es lo que viene a decir el salmista. Cumplir la ley de Dios garantiza no errar, porque en ella se encuentra el secreto de las buenas acciones; es la justicia que construye y mantiene un orden nuevo. Es la nueva realidad que se vive en el campamento, en el mundo, no en el santuario; tiene que ver más con la convivencia que con el apartamiento a lugares recónditos. No es un sumiso acatamiento de preceptos, sino una dedicación a los demás.

Así lo entiende Jesús cuando dice que nadie que obre el bien podrá estar en contra suya. Los milagros son la manifestación evidente de ese bien que se orienta a los demás y no a sí mismo. Quien cuida y sana no puede ser ajeno a Jesús ni al Espíritu que le anima y que él mismo dona al mundo. Lo realmente malo es hacer pecar a los pequeños, a los sencillos; escandalizar, dice el texto griego, tal como otras versiones conservan. Escandalizar no es provocar u ofender sino apartar a alguien de su camino, hacerle errar en el blanco. Eso es el pecado: el abandono de la vocación a la que estamos llamados y que, por ser personas, nos es inherente para seguir otros rumbos diversos. Quien así se desvía, yerra, peca, y a quien induce a otros a hacerlo mejor le iría, según Jesús, si le ahogasen con piedras de molino. No es este un Jesús dulce, precisamente. Se pone del lado de quienes sufren las consecuencias de ese escándalo, exigiendo que cese el daño que sufren los pequeños.

En esa misma línea continua Santiago su carta. Deja claro a los ricos que sus gozos van sembrando desesperanzas en los demás. Su riqueza está construida sobre el dolor de los demás, hasta el punto de empujarles al pecado: al desánimo. Su única salida es amputar la sed de placer que les lleva a maltratar a los demás. Las palabras de Jesús no son para los estafados, sino para los estafadores. Y a sus acciones contrapone la de quienes velan por el pueblo y sanan su mal aunque no sean oficialmente de su grupo. Hay mucha gente buena, solemos decir, pero la bondad aquí no se mide por la  gentileza, sino por la oposición a la barbarie. Bueno es quien destruye el mal. Y no es de recibo alimentar suspicacias como las de Josué o las de los apóstoles. Recordemos que Dios no es imparcial. Lo fundamental siempre ha sido la vida de los últimos; lo decisivo es defenderla del abuso que les conduce a la resignación.

 

Lo fundamental

 

 


 

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