sábado, 26 de octubre de 2024

QUE VEA. Domingo XXX Ordinario

27/10/2024

Que vea

Domingo XXX T.O.

Jer 31, 7-9

Sal 125, 1-6

Heb 5, 1-6

Mc 10, 46-52

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Jeremías fue uno de los grandes profetas bíblicos. Cuando escribe o dicta el pasaje que hoy leemos quiere transmitir un mensaje de esperanza para los reinos conquistados. Hacía más de 100 años que Israel, en el norte, había sido ocupada y arrasada por los asirios y Judá, en el sur, habría de correr la misma suerte a manos de los babilonios. Pero Jeremías afirma que  Dios hará honor a su palabra y no abandonará a su pueblo. El profeta habla del resto de Israel, reino del norte. El resto son aquellas gentes sencillas que en la adversidad se habían mantenido fieles a Yahweh. Es una exhortación para Judá, el reino del sur: mantente fiel y no serás repudiado. Pero a nadie le gusta que le comparen con sus vecinos… Efraím significa “ser fructífero” y  está relacionado con la prosperidad que José, su padre, encontró en la tierra de su aflicción. Fue recompensado por no desesperar y dar la espalda al Dios de sus padres. Del mismo modo, el resto que, como José, ni desfallece ni olvida, será también finalmente beneficiado. Este favor divino trae el recuerdo de los pasajes que el salmista entona hoy. Las imágenes agrarias dejan claro que quien confía en el Señor y trabaja por su tierra, por sus costumbres y tradiciones, quien no se rinde y revive la esperanza de su pueblo terminará olvidando las lágrimas ¿Por qué vienen tan contentos los labradores? Por eso, porque vienen de ver el fruto de sus sudores; porque a su lealtad ha correspondido Dios mismo.   

También el ciego Bartimeo pertenece a ese resto. Pese a su desgracia personal mantiene la fe de sus padres: vive esperando al mesías y lo evoca llamando a Jesús Hijo de David. En este nombre descansa toda la expectativa mesiánica de la época que aguardaba a un guerrero de la casa real capaz de liberar al pueblo. Pero Bartimeo añade enseguida el nombre de Jesús. Es un reconocimiento personal que manifiesta que algo ha cambiado. Quien aparece es este ser humano concreto que se ha ganado el apelativo de mesías dándole un nuevo contenido y pocos pueden reconocerle. Y es que la tradición, pese a su peso, no es inamovible. Lo nuevo se pondrá enseguida de manifiesto. Este mesías se para en los caminos para escuchar a quienes gritan desde las cunetas. Les llama y se pone a su servicio preguntando qué puede hacer por ellos. No derrama bienes innecesarios; va al meollo. Al sentirse escuchado y reconocido, Bartimeo se deshace del manto, de lo superfluo de la tradición y se centra también en lo mollar: que vea; que pueda ver el mundo con tus ojos, estrenar un manto nuevo y seguirte por tu camino hasta un nuevo hogar, que en mí puedan verte a ti. El resto fiel no permanece hundido en el lamento, sino que sigue a su libertador y le hace presente.

Este libertador es capaz de comprender a todos pues él mismo está envuelto en debilidades. Por eso es sensible a las necesidades de todos, incluso las de los nunca escuchados, las de los pecadores y de los impuros. Es así como ve más allá. Es esa la visión que Bartimeo pide y la afirmación de su seguimiento deja claro que la pone en práctica desde el primer momento. Por eso Jesús reconoce la grandeza de su fe y lo pone como modelo. El bien recibido no le coloca en una posición mejor, sino que, como el maestro, sigue atento a las cunetas para no dejar a nadie allí. Entrega su vida tal como lo hace Jesús, según el rito de Melquisedec.

 

 

Que vea





sábado, 19 de octubre de 2024

EN LO COTIDIANO. Domingo XXIX Ordinario

20/10/2024

En lo cotidiano.

Domingo XXIX T.O.

Is 53, 10-11

Sal 32, 4-5. 18-20. 22

Heb 4, 14-16

Mc 10, 35-45

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El pasaje de Isaías forma parte de su famoso cuarto canto del Siervo. En el contexto en el que se escribió nadie pensaba en la resurrección en el sentido en que lo hizo después el cristianismo de modo que pudiese restañar el desesperanzador final de Jesús, a quien se identificó con este personaje. Isaías habla de un siervo anónimo que acepta cargar con los crímenes de muchos y entregar su vida en expiación. Pero esta entrega no le lleva a la muerte, pues podrá ver su descendencia, prolongará sus años y se saciará de conocimiento. Dios, que según el propio texto bíblico, no pide a nadie más de lo que puede dar, no solicita de este siervo una muerte vicaria carente de sentido pues sin la fe en la resurrección, que no aparecería en el horizonte judío hasta siglos más tarde, tal petición supondría exigirle al siervo una obediencia tan inhumana como impropia de Dios sería su imposición.

Sin embargo, toda la tradición judeo-cristiana afirma que aceptar la voluntad de Dios siempre lleva al éxito. Es indiscutible que el siervo de la lectura sufre por esa voluntad, pero acatarla no se le impone como una carga ineludible, sino que se le presenta como una oferta personal que no le remite al absurdo. De lo contrario no podría realizar una opción libre, consciente y personal. Es por esta libertad que responsablemente asume lo que se le propone por la que el siervo es recompensado según los criterios veterotestamentarios y por la que el salmista espera que la misericordia de Dios descienda sobre él en forma de justicia y derecho.

Jesús presenta una perspectiva ampliada. Ya no se trata del momento puntual de dar la vida, sino de la vida entera entregada en forma de servicio. Se hace imposible beber el cáliz definitivo si no se ha dado antes un permanente sí en lo sencillo del día a día. El bautismo, por su parte, supone un cambio radical de vida; es un verdadero morir a la propia perspectiva y a las pretensiones normales en este mundo para hacer propio el punto de vista de Dios que, mediante la acción de Jesús, se pone al servicio de todos. Que Santiago y Juan quisieran ser ministros del gobernante Jesús tendremos que interpretarlo como la evidencia de que su proximidad al maestro no fue suficiente para comprenderle. Hasta que no dejaron atrás sus propias ideas y ambiciones no les fue posible cambiar su forma de ver las cosas. Hay que ponerse al alcance; dejar que la vida se vea afectada y posibilitar que exista espacio suficiente para cambiar. Esto mismo sigue ocurriendo hoy. Hay quienes piensan que ya han llegado y que su familiaridad con lo sagrado les reporta autoridad y justifica ciertas prebendas. Les falta detenerse en el fragmento de la carta a los Hebreos que hoy nos recuerda como Jesús fue probado en todo, excepto en el pecado, haciéndose así capaz de comprendernos y compadecerse de nosotros. Siendo Dios se manejó como hombre verdadero y supo  aceptar su propio cáliz y su bautismo con la libertad de los seres humanos cabales que encuentran en su cotidiano ofrecimiento a los demás un sentido definitivo capaz de superar cualquier atisbo de privatización o privilegio. Así es como todos nosotros somos también convocados a dar la vida. Nada se comienza a construir por el tejado, de modo que la cuestión inicial sería vencer la prueba y ponerse al servicio de los demás en este instante que ya asoma y perseverar ahí. La vida se entrega poco a poco porque tiene sentido hacerlo; no por una heroicidad instantánea. 

 

En lo cotidiano

 

 


 

domingo, 13 de octubre de 2024

EL SENTIDO Y EL DESTINO. Domingo XXVIII Ordinario

13/10/2024

El sentido y el destino.

Domingo XXVIII Ordinario

Sb7, 7-11

Sal 89, 12-17

Hb 4, 12-13

Mc 10, 17-30

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La tradición judía afirma que es posible recibir la sabiduría si la pides con sinceridad. También los cristianos lo aseguramos y la tenemos por uno de los siete dones del Espíritu Santo, de la Ruah. El Antiguo Testamento nos trae noticia del legendario rey Salomón que en su oración la solicitó con sinceridad y le fue pródigamente concedida. Todo un libro tiene dedicado en la Biblia griega, del que hoy recordamos este breve fragmento. En él se presenta como el mayor tesoro; preferible a cualquier riqueza y, paradójicamente, capaz de alcanzarnos los mejores bienes. Será, pues, que existen riquezas y riquezas; que no es lo mismo la una que la otra.

El criterio para distinguirlas se ha ido afinando poco a poco. El salmista relaciona la sabiduría con la misericordia de Dios cuando su pueblo vuelve sus ojos hacia él y con la efectividad que tiene su trabajo cuando se deja guiar por Dios. El autor de la carta a los Hebreos afirma que la Palabra es capaz de desvelar los misterios más profundos con la gráfica expresión de “espada de dos filos”. Entones, la verdadera riqueza, la que procede de la sabiduría, tendrá que ver con escuchar la Palabra y con reconocer y vivir la misericordia de forma consciente en lo cotidiano.

De la mano de Marcos nos llega hoy la evidencia de que Jesús sabía distinguir entre ambas riquezas. Por un lado, a ese uno desconocido que se le acerca le pide deshacerse de su comodidad excedente de forma que pueda ser provechosa para los pobres. Viene a decir, en  síntesis, que los bienes deben repartirse entre todos y que cualquier acumulación en pocas manos perjudica a los demás. Deja claro también que ser bueno es ser como Dios, que lo da todo sin reservarse nada. Nada tiene que ver la verdadera bondad con las razones por las que el anónimo y bienintencionado cumplidor de la ley le llamaba bueno. Por otro lado, Jesús promete a sus seguidores el famoso ciento por uno que tradicionalmente ha venido siendo reservado para quienes aceptasen vocaciones específicamente religiosas pero que, sin duda, creemos que disfrutará cualquiera que se dedique a la construcción del Reino desde la generosidad.

Rico es quien no quiere desprenderse de la fortuna acopiada. El Reino de Dios se basa en la entrega de los unos a los otros. Quien es capaz de poner en obra esa intención renunciando a los propios bienes, incluso al dinero, incluso a realidades no materiales y de por sí buenas como la familia o la planificación según las normas establecidas, encontrará cien veces más ya en esta vida. En su camino no hallará más que agradecimiento y reciprocidad. Y compañeros con los que compartir la intensidad de cada día. Un mundo así construido es la maravilla que Dios pensó para todos pero cuyos beneficios permanecen aún secuestrados en manos de unos pocos. El Reino, como sabemos, comenzó con la vida de Jesús y se va extendiendo conforme hacemos memoria real y actualizadora de su vida (“Haced esto en memoria mía”). Lo sabemos, pero no nos lo creemos, porque seguimos poniendo nuestra esperanza en salvaciones extraterrenas que llegarán, pero podríamos empezar a vivir ya aquí. El destino final es la perfección del sentido y solo la misericordia de Dios sanará el sinsentido.

 

El sentido y el destino

 


 

sábado, 5 de octubre de 2024

RECIBIR LA BUENA NOTICIA. Domingo XXVII Ordinario

06/10/2024

Recibir la Buena Noticia.

Domingo XXVII T.O.

Gn 2, 18-24

Sal 127, 1-6

Heb 2, 9-11

Mc 10, 2-16

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Tenemos, en primer lugar, al ser humano que procede del Padre igual que el Hijo. No cabría decir que son los ángeles más que este Hijo; por lo tanto la inferioridad respecto a ellos de la que nos habla el autor de la carta a los hebreos ha de venirle por ser humano. Así pues, toda persona humana resulta ser tan solo un poco menos que los ángeles, seres espirituales. Dios confió a Adán el cuidado de su creación entendiendo que su corporalidad le capacitaba para esa labor. Pero tanto en esta labor como en su propio ser se encontró solo. El ser humano, como todos los seres físicos, está llamado a buscar la unidad superando esa diversidad que pone de manifiesto su intrínseca riqueza. Fue creado como cima de la creación, cercano a la divinidad y esa vecindad no cabe en una única materialización. La evolución se organiza en complejidad creciente de forma que va acercándose cada vez más al origen y no parece lógico que si Dios es dándose su manifestación natural fuese en soledad. Así, podemos decir que la comunión del ser humano le constituye como un único ser en plenitud. Frente a cualquier intento de privilegiar a uno sobre otro el Génesis presenta esta realidad fontanal que dinamiza y da sentido a la sociabilidad más íntima del ser humano en una igualdad radical.

El salmista, sin embargo, parece haber olvidado estas cosas pues retoma la imagen del varón como dueño de todo. La prosperidad es signo de bendición divina y las otras personas son equiparadas a bienes de su posesión. Algo tendrá que ver la dureza del corazón de la que habla Jesús con esta acaparación varonil que, a todas luces, se revela improcedente. Es esa dureza de corazón la que habría justificado la transigencia de Moisés. Tal vez no era el momento oportuno y la gente no estaba preparada para captar toda la profundidad que la Ley albergaba. Pero ya es hora, viene a decir Jesús, de que se asuma la realidad en sus justos términos. Quien por su interés repudia a su compañero o compañera se traiciona a sí mismo y al otro u otra y, además, renuncia a alcanzar y ser verdaderamente aquello que por su origen es y está llamado a ser en plenitud y, además, se lo impide también a la otra persona. Esta unidad procede de Dios mismo; no puede ser alterada por los intereses de unos sobre otros. La Buena Nueva: “nunca estarás solo” se vuelve para algunos una losa insoportable agigantada por el propio interés egoísta. La realidad de la unión matrimonial, con toda su corporalidad, cuya dignidad defiende Jesús ante fariseos y discípulos, le sirve también para hablar del Reino; de la intervención de Dios amando a su pueblo. Toda la creación se transforma en nupcias.

En el extremo opuesto los niños son, de nuevo, reconocidos como quienes acogen la novedad con el corazón abierto. Ellos son, como ya se dijo, imagen de los despreciados; no poseían valor alguno hasta que no fuesen de acoger responsablemente la Torah. Sin embargo, son capaces de escuchar a sus mayores a la vez que ponen toda su ilusión, energía y decisión en conseguir aquello que se proponen. Convenza usted a un infante de lo que debe hacer y se dedicará a ello por encima de todo o intente convencerlo de que no puede hacer lo que él piensa que debe hacerse. Apertura, decisión, rebeldía… son rasgos infantiles que Jesús propone y son también características de quienes no tienen nada más que esta promesa esponsal que reciben como buena noticia que anuncia la transformación definitiva.

 

Carl Bloch, Dejad que los niños vengan (ca. 1870)