27/10/2024
Que vea
Domingo XXX T.O.
Jer 31, 7-9
Sal 125, 1-6
Heb 5, 1-6
Mc 10, 46-52
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Jeremías fue uno de los grandes profetas bíblicos. Cuando escribe o dicta el pasaje que hoy leemos quiere transmitir un mensaje de esperanza para los reinos conquistados. Hacía más de 100 años que Israel, en el norte, había sido ocupada y arrasada por los asirios y Judá, en el sur, habría de correr la misma suerte a manos de los babilonios. Pero Jeremías afirma que Dios hará honor a su palabra y no abandonará a su pueblo. El profeta habla del resto de Israel, reino del norte. El resto son aquellas gentes sencillas que en la adversidad se habían mantenido fieles a Yahweh. Es una exhortación para Judá, el reino del sur: mantente fiel y no serás repudiado. Pero a nadie le gusta que le comparen con sus vecinos… Efraím significa “ser fructífero” y está relacionado con la prosperidad que José, su padre, encontró en la tierra de su aflicción. Fue recompensado por no desesperar y dar la espalda al Dios de sus padres. Del mismo modo, el resto que, como José, ni desfallece ni olvida, será también finalmente beneficiado. Este favor divino trae el recuerdo de los pasajes que el salmista entona hoy. Las imágenes agrarias dejan claro que quien confía en el Señor y trabaja por su tierra, por sus costumbres y tradiciones, quien no se rinde y revive la esperanza de su pueblo terminará olvidando las lágrimas ¿Por qué vienen tan contentos los labradores? Por eso, porque vienen de ver el fruto de sus sudores; porque a su lealtad ha correspondido Dios mismo.
También el ciego Bartimeo pertenece a ese resto. Pese a su desgracia personal mantiene la fe de sus padres: vive esperando al mesías y lo evoca llamando a Jesús Hijo de David. En este nombre descansa toda la expectativa mesiánica de la época que aguardaba a un guerrero de la casa real capaz de liberar al pueblo. Pero Bartimeo añade enseguida el nombre de Jesús. Es un reconocimiento personal que manifiesta que algo ha cambiado. Quien aparece es este ser humano concreto que se ha ganado el apelativo de mesías dándole un nuevo contenido y pocos pueden reconocerle. Y es que la tradición, pese a su peso, no es inamovible. Lo nuevo se pondrá enseguida de manifiesto. Este mesías se para en los caminos para escuchar a quienes gritan desde las cunetas. Les llama y se pone a su servicio preguntando qué puede hacer por ellos. No derrama bienes innecesarios; va al meollo. Al sentirse escuchado y reconocido, Bartimeo se deshace del manto, de lo superfluo de la tradición y se centra también en lo mollar: que vea; que pueda ver el mundo con tus ojos, estrenar un manto nuevo y seguirte por tu camino hasta un nuevo hogar, que en mí puedan verte a ti. El resto fiel no permanece hundido en el lamento, sino que sigue a su libertador y le hace presente.
Este libertador es capaz de comprender a todos pues él mismo está envuelto en debilidades. Por eso es sensible a las necesidades de todos, incluso las de los nunca escuchados, las de los pecadores y de los impuros. Es así como ve más allá. Es esa la visión que Bartimeo pide y la afirmación de su seguimiento deja claro que la pone en práctica desde el primer momento. Por eso Jesús reconoce la grandeza de su fe y lo pone como modelo. El bien recibido no le coloca en una posición mejor, sino que, como el maestro, sigue atento a las cunetas para no dejar a nadie allí. Entrega su vida tal como lo hace Jesús, según el rito de Melquisedec.
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