05/08/2018
Nuestra señal.
Domingo XVIII T. O.
Ex 16, 2-4. 12-15
Sal 77, 3. 4b-c. 23-25. 54
Ef 4, 17. 20-24
Jn 6, 24-35
Tan solo una cosa es necesaria para que el Señor
pueda saciar tu hambre: Tenerla. Es necesario que nos pongamos en situación de
necesitar su ayuda. Y eso tan solo puede vivirse en el desierto, lejos de las
ollas de carne. Estamos demasiado acostumbrados a decirnos necesitados de alimento
espiritual pero, al menos yo, pocas veces me he colocado tan a la intemperie
que me vea obligado a confesar: “Me iba mejor siendo uno más del rebaño”. Es allí,
en el descampado, donde Dios promete aderezar la libertad con lo necesario para
cada día. A cambio, tan solo se pide no atesorar y mantenerse expectante ante
la providencia que se manifiesta en lo inmediato, en el aquí y el ahora de cada
inspiración. Bien sabe el Padre lo que necesitáis, dirá Jesús en otra ocasión.
Es una de sus convicciones más profundas pues sabe que quien se encuentra en necesidad
puede escuchar su voz, o no. Será más plausible que viva pendiente de saciar su
hambre. Es de justicia (divina) acabar con el hambre y cualquier necesidad porque
todo el mundo merece la oportunidad de poder escuchar la llamada que resuena en
su interior sin interferencia alguna y tiene, además, derecho a elegir en
libertad, sin coacciones, si seguirla o no.
Ocurre, sin embargo, que seguir esa llamada le
llevará a ese desierto en el que puede arrepentirse de ser libre. Es duro
decirlo así pero resulta evidente que Israel en Egipto era esclavo, pero no
pasaba hambre. Tampoco nosotros pasamos hambre hoy, pero libres, lo que se dice
libres… en el camino estamos, o creemos estar. ¿Qué requerimos, en primer
lugar, para cambiar, para seguir a ese Jesús que vamos descubriendo tan
veladamente? Seguir comiendo, seguir manteniendo nuestro ritmo, nuestro nivel,
nuestras opciones previas… Pero eso resulta imposible cuando verdaderamente te
adentras en el desierto. Allí no queda más remedio que alimentarse con el pan
de Vida. Con aquel que más allá de cualquier seguridad puede dar sentido a tu realidad,
por mucho desierto que te rodee o por mucha situación conflictiva en la que te
veas envuelto por seguir la llamada que Jesús siembra en tu conciencia.
Una vez conocido a Jesús: sin condicionamientos
externos que condicionen tu libertad interior; sin hambre física que te obligue
a vender tu dignidad; sin hambre espiritual que te haga comulgar con ruedas de
molino y con plena conciencia de tus capacidades y tus posibilidades puedes
tomar opciones concretas y renunciar a vivir como quienes, aun hartos de lo
material y de todo aquello que pueda arroparles, no han conocido la verdad.
Nosotros hemos podido reconocerla en las palabras y la vida de Jesús el Cristo.
Conocerle a él implica una transformación personal porque el conocimiento nunca
es meramente intelectual. Es una compenetración de ambos en la que mi vieja
naturaleza queda alterada y convocada a su definitiva realización en la acogida
de la semilla divina que habita en mí como promesa de futuro y garantía de
eternidad. Dios ofrece al mundo la liberación que pasa por el desierto como el
lugar donde podemos descubrir y comunicar nuestra verdadera naturaleza y tan
solo nos solicita la acogida de su Palabra, creer en su enviado. Creer es
confiar, desposeerse y hacer sitio para quien nos ha sido dado como compañía.
Esa es nuestra identidad y nuestra señal.
Nuestra señal. |
"Resguárdate en tu latencia
ResponderEliminarAnida en ella
Haz cobijo de tu esencia
El Camino siempre nos encuentra
Quédate
Respira
Confía
Ritmo Fiel que no olvida
Acompasas nuestra tierra"
Ese Ritmo Fiel que no olvida te encuentra siempre intentando acompasar el ritmo propio con la esencia. Y aporta siempre algo nuevo, una nota que complete el acorde. Nunca nada está concluido, todo tiende a lo definitivo. Todo se orienta a la perennidad que el pan eterno ofrece.
EliminarSí, es una orientación permanente, de ahí el Permanecer
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