jueves, 18 de abril de 2019

UN MUNDO AL REVÉS. Jueves Santo


18/04/2019
Un mundo al revés
Jueves Santo
Ex 12, 1-8. 11-14
Sal 115, 12-13. 15-16a-b.d-e. 17-18
1 Cor 11, 23-26
Jn 13, 1-15
Jesús nos propone hoy un cambio trascendental al mostrar un nuevo camino apenas hollado con anterioridad. Jesús inauguró una nueva experiencia en continuidad con la tradición en la que él mismo había encontrado al Padre. Y esa novedad dio cobijo a la experiencia de muchas otras personas. La tradición anterior sembraba ya una línea de separación con la experiencia estrictamente humana. La celebración se enfocaba hacia el paso del Señor, hacia el reconocimiento de su tomar parte en la vida del pueblo que se reúne al haber puesto cada vida en manos del Dios que salva. Por eso, nada más alejado que el sedentarismo y la instalación. La Pascua es el paso de Dios que nos lleva consigo. Con él caminamos y de su mano recibimos la novedad que nos lleva al desierto, a la desposesión absoluta, al reconocimiento de su acción fundamental en nosotros y al desapego de las formas que nos impiden centrarnos en lo fundamental para abrirnos a la novedad de la vida. Vivimos con la prisa de quien está siempre dispuesto a sacrificar el mejor fruto de su rebaño y partir después para que nada le aprisione.
Pablo resume lo esencial de la experiencia de Jesús: pan que se parte y sangre que se ofrece para firmar una nueva Pascua. Ya no es un sacrificio ajeno, es la donación de la propia vida la que Jesús realizó y la que nos invita a realizar a nosotros. Esta tarea nos es encomendada para ser realizada en la vida compartida, en el contacto con los demás. La primera Pascua tuvo una dimensión histórica. Mucho más allá de fechas y otros datos  que hoy nos resultan inaccesibles, la verdad es que fue una opción decidida e indudable de Dios por un grupo o grupos de personas a los que reunió para darles la libertad y convertirlos en un pueblo. Esta dimensión no puede pasarnos desapercibida.
                Toda la vida de Jesús fue un continuo dar gracias al Padre y un constante ofrecimiento en beneficio de los otros, pues la vida no se entrega al vacío, sino que se deposita en manos del Padre para que redunde en bien de los hermanos. Esta impronta eucarística se sintetiza en el lavatorio de los pies como expresión gráfica de esta entrega en lo sencillo y cotidiano. Sin la transformación interior es imposible vivir una vida así. Jesús vivió su propia Pascua desde el momento en que comenzó a ser consciente de las tradiciones de su pueblo y pudo gracias a ellas experimentar a Dios de un modo inusitado hasta entonces que le llevó al paso definitivo a la vida en plenitud. Pablo vivió también su Pascua, abriéndose a la presencia de Cristo en su vida y transformando su fe farisea para abrazar a todos. Nosotros estamos llamados hoy a vivir nuestra propia Pascua personal para poder entregarnos en la construcción histórica y real de un mundo diferente, concretamente al revés, donde todos lavemos los pies de todos y nadie esté por encima de nadie. No tendremos ya un mundo, sino un odnum. Cada vez que realizamos un acto concreto se servicio recreamos el servicio de Jesús, en el que caben ahora los actos de servicio de todos los hombres y los proyectamos hacia el futuro como pilar de esa nueva realidad que construimos entre todos.

Un mundo al revés

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