sábado, 3 de julio de 2021

LA FUERZA Y LA DEBILIDAD. Domingo XIV Ordinario

 04/07/2021

La fuerza y la debilidad

Domingo XIV T.O.

Ez 2, 2-5

Sal 122, 1-4

2 Cor 12, 7b-10

Mc 6, 1-6

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Querido hijo de Adán, hijo del hombre, de un ser humano cualquiera: Me dirijo a ti, seas mujer o varón, da igual. Sé quién y qué eres; eres un ser capaz de albergar mi Espíritu. Deja que este aliento mío te ponga en pie ante todos los demás para que puedas transmitirles esto mismo a todos ellos. Es posible que muchos no te hagan caso porque dirán que cómo vas a tener tú nada que decir si no eres mejor que ellos. Ese es el sarcasmo de los satisfechos. Nada hay que pueda conmover la conciencia de los hartos porque son incapaces de ver más allá de su propio hartazgo y de lo necesario para mantenerlo así, bien orondo.

Tú, en cambio, vive siempre atento a la realidad porque en ella me voy revelando a quien quiera conocerme. No temas caer en vanagloria alguna; cuando yo me muestro no arrastro a nadie lejos de lo cotidiano sino que, al contrario, si quieres, te pondré en contacto con el fondo último de todo y en él podrás conocer el escepticismo sin condenarlo y percibir tu propio fracaso como debilidad, no como derrota. Podrás ser fuerte en tu debilidad porque es el resultado de tu renuncia a ser alejado de mí y para ti. Desde que quisiste ser cercano a mí y vivir volcado hacia los demás te fui acompañando discretamente. Tras cada árbol, bajo cada piedra o en el vuelo de cada hoja que caía estaba yo compartiendo contigo cada amanecer y arropándote en cada atardecer. En ese camino y en virtud de tu cercanía a todos te hiciste conocido para ellos con lo cual se arruinó el efecto del misterio. Para quien no es capaz de leer el día a día y se empeña en esperar lo espectacular, nada hay menos digno de crédito que lo ya conocido. Por eso también tú tendrás que escucharte eso de que ya saben quién eres y lo que puedes ofrecer: lo mismo que tu familia antes que tú; lo mismo que todos los que hablan de mí llamando a todo el mundo pero no son capaces de movilizar más que a unos pocos. No te preocupes. La respuesta es siempre individual, aunque no siempre sea personal, porque muchos, simplemente, se dejan llevar.

Lo que otros ven como debilidad es, en realidad, la pureza de tu ser sin disfraces ni envaramientos. Tu fortaleza es la de ser lo que todos querrían ser pero no logran: auténtico. Eres verdad porque no escondes ni tus fallos ni tus errores y porque no te rindes ante el rechazo. Nadie reconoce como verdad aquello que le perjudica o va contra sus intereses y, en ese caso, incluso los milagros son inútiles. Que seas de aquí o de allí es sólo una excusa; lo decisivo es que les muestras lo que querrían ser y el desajuste con lo que han llegado a ser se les hace insoportable. Estos que compartieron sueños y sembraron utopías contigo han terminado por vivir como no esperaban y al reencontrarte la tensión deriva en rechazo. ¿Cómo tú, que te fuiste lejos vuelves ahora a darnos lecciones? Si hubieras estado aquí… Sin embargo, incluso así, saben en el fondo de su conciencia que ha pasado por su vida un profeta. Algo se ha movido en ellos, aunque sea para desearte mal. Esa debilidad tuya es verdadera, es eficiente como un aguijón, pero te recuerda que sigues inmerso en la vida y embarcado en la lucha; que ni te has dejado alcanzar por el conformismo ni te has rendido ante las dificultades o las críticas; sigues siendo un ser humano cabal guiado por mi Espíritu, el que acompaña y arropa.


La fuerza y la debilidad


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