sábado, 14 de mayo de 2022

RESPIRAR A DIOS. Domingo V Pascua

 15/05/2022

Respirar a Dios.

Domingo V Pascua.

Hch 14, 21b-27

Sal 144, 8-13ab

Ap 21, 1-5a

Jn 13, 31-33a. 34-35

Si quieres ver las lecturas, pincha aquí.

Todos tenemos interés en trascender; en dejar huella de nuestro paso por aquí. Parece ser que también Jesús lo tuvo. Así, cuando intuyó cercano el final dejó este testamento a los suyos. O, al menos, así lo explica Juan. No tenemos razones para no creer que Jesús quisiese que sus amigos recordasen, sobre todo, este encargo de amarse unos a otros. Sólo quien ama se parece a Dios, porque Dios es amor. Son, también, palabras de Juan. Dios es amor, y al decir es queremos decir que es amando; que su respiración es amar. Todo en él es acto; no se reserva nada, decían ya los teólogos escolásticos. Entonces ¿Qué hace Dios? ¿A qué se dedica? A amar. Dios ama. El amor es Dios. Allí donde hay amor está él. Allí, él es. Por eso, cuando Jesús quiere resumir su vida y dejar un mensaje, o cuando Juan quiere condensar finalmente la vida del maestro amado, dice: amaos como yo os he amado, porque os he amado como el Padre ama, como Dios. El Hijo ama como Dios que es y el ser humano que es Jesús le permite seguir amando así desde él mismo, sin imponerse en nada. Esta compleja relación entre Trinidad y encarnación es resultado de un proceso largo: al menos 33 años, si hemos de confiar en la tradición. No es algo automático, es el resultado de toda una vida.

El salmista, por su parte, borra de un plumazo los viejos miedos que en el Antiguo Testamento se imponían a la concepción amorosa de Dios que también está presente en él.    Durante toda nuestra historia evolutiva el miedo ha sido un mecanismo claramente beneficioso y lo hemos trasvasado a nuestra experiencia religiosa sin advertir que así la contaminábamos. Sin embargo, el amor es lo definitivo y Jesús insiste en él no por temer no perdurar o por simple afán de dejar huella, sino por su convencimiento en la centralidad que tiene para nuestra experiencia de Dios que podríamos resumir como sentirle a él como amor que se nos da y ser nosotros, a parir de él, amor que se da a los otros. Es el amor, Dios mismo, quien traspasa las fronteras para abrir todas las puertas de la ciudad nueva. Así que ya no quedan gentiles a los que se les pueda prohibir la entrada. Todos somos, simplemente, humanos. Imágenes de Dios que buscan expresarse y relacionarse amorosamente con todos, habitar con él en una nueva morada y que toda lágrima sea, por fin, enjugada.

Con su ser amor Dios lo hace todo nuevo. Así lo entendieron, lo vivieron  y lo quisieron explicar Juan y Pablo; también Lucas, que contó las peripecias de Pablo y todos los y las demás que abrieron al mundo las puertas. Ahora, nosotros podemos reconocemos como gentiles que han pasado de ser guardianes del legado y caer en que está en nuestra mano seguir abriendo puertas a todos sin que tengan que gastar más vida hacinados en el umbral. Igual que Jesús, siguiendo al Espíritu, dejó actuar al Hijo en él nosotros podemos dejar que Dios anide y actúe en nosotros; podemos ser respiración de Dios. La resurrección fue el nuevo comienzo que confirmó la esperanza puesta en marcha en la creación. La nueva tierra es la llegada. Entre ambas se extienda la utopía, el no-lugar que vamos caminando, ensanchando, humanizando al amar a todos; al permitir a Dios respirar en nosotros; al no poner trabas a que su aliento vivo expire desde nosotros para que al inspirar dé entrada a tantos que están hacinados en el umbral. Acogerlos es construir y ampliar esa misma ciudad según los planos del arquitecto. Es respirar a Dios.


Respirar a Dios





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