sábado, 15 de abril de 2023

EXPERIMENTAR. Domingo II Pascua

16/04/2023

Experimentar.

Domingo II Pascua.

Hch 2, 42-47

Sal 117, 2-4. 13-15. 22-24

1 P 1, 3-9

Jn 20, 19-31

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Todo tiene su proceso. También la experiencia pascual. En primer lugar, se percibe la presencia del Resucitado que produce paz, es decir; aquieta y elimina tensiones. Esa paz es el caldo de cultivo en el que es perceptible la vocación, el envío al mundo; este será el segundo momento. Y en esa misma paz, finalmente, nos llega también el Espíritu Santo, el aliento vivificador que impulsa y crea carisma. Este carisma no nos arroja al vacío, sino que se asienta en la confianza que se edifica sobre esa piedra angular anteriormente desechada por la lógica del mundo. Este dinamismo “organiza” la vida del creyente en un ecosistema comunitario. Se discute todavía si la descripción que Lucas hace de ese ambiente fraternal es el relato de una experiencia histórica o si, por el contrario, expresa una aspiración que no tuvo, en realidad, un asiento firme en la experiencia primigenia más allá de la buena voluntad que deja traslucir. Lo cierto es que podemos dejar atrás este debate si entendemos que la forma de vida que se describe es aquella que los primeros cristianos consideraban buena para todos; por eso quieren hacerla suya con la intención final de ofrecerla a todos los hombres y mujeres. No es una simple cuestión interna, sino una invitación universal, a pesar de las limitaciones concretas que ellos mismos pudieran sufrir.

Puede haber quien no considere necesario este cambio de orientación en la cuestión social: ¿Para qué compartirlo todo según la necesidad de cada uno? ¿A fin de qué seguir reuniéndose en el Templo? ¿Qué se consigue esforzándose en vivir la sencillez con alegría? Al menos inicialmente, Tomás parece ser de estos. Le hizo falta meter los dedos en la herida transfigurada; fue necesario que experimentase en directo la superación de la desigualdad, la injusticia, la muerte que el sistema anterior era capaz de producir. Hasta que no vio que el modelo propuesto por Jesús era una alternativa viable y capaz de reparar el daño producido, no creyó en la necesidad del cambio. Eso mismo nos pasa a nosotros muchas veces. Hasta que no somos testigos del desastre no nos avergonzamos de nuestro ritmo de vida ni nos planteamos solucionar nada; hasta que no vemos que otro mundo es posible, no creemos. Por eso, Jesús llama bienaventurados a los que han creído sin ver; a quienes se han fiado del Espíritu y han echado sus redes según su criterio.

La comprensión propia del siglo I llamaba a este descubrimiento “Salvación”. Por eso se señala que “el Señor iba agregando a la comunidad a los que habían de salvarse” o que se consideraban “protegidos para una salvación que se revelará en el momento final”.  Se descubrían, así, “regenerados para una esperanza activa”. Intentaban vivir en fidelidad a ese don que les hacía capaces de percibir lo inadvertido hasta el momento. Pese a todos los fallos reales, ese intento y esa apertura a la humanidad les proporcionaban un sentido que pacificaba y orientaba su propia vida, que les permitía oír la llamada a cada uno y vivir juntos a partir de su sencillez. Salvarse es más que colocar el alma a resguardo para toda la eternidad. Es vivir una vida plena según la esperanza fundada en la resurrección de Jesús ya desde este momento; esa vida, pese a cualquier deficiencia o adversidad está dotada de sentido y está llamada a prolongarse tras el trámite que es la muerte. No hay que esperar a vivir la gloria después de muerto, sino que se empieza a gustar ya aquí; indiscutiblemente, se saboreará en plenitud allí, pero podemos estrenarla ya aquí; podemos vivirla “así en la tierra como en el cielo”.


Experimentar


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