sábado, 21 de diciembre de 2024

ACOGER PARA CRECER JUNTOS. Domingo IV Adviento

22/12/2024

Domingo IV Adviento

Acoger para crecer juntos

Mq 5, 1-4

Sal 79, 2ac. 3c. 15-16. 18-19

Hb 10, 5-10

Lc 1, 39-45

Si quieres ver las lecturas pincha aquí 

En el pasado Dios mismo pastoreaba a Israel. Así nos lo dice hoy el salmista. Y el pueblo entero, escogido para ser luz de las naciones, prometió una y otra vez no alejarse de él. Pero a Dios le gusta profundizar en las cosas. Está bien tener un pueblo en el que todos los demás puedan mirarse pero esa nación merece también tener su propio modelo. Dios promete un pastor, un guía, para ella. Y para ello eligió al ciudadano más insospechado. La lógica habitual esperaría más pompa en su presentación. Nos ocurre también como a aquellas buenas gentes: que olvidando la historia compartida buscamos en lugares equivocados y nos incapacitamos para reconocer al enviado. Nos dice también Miqueas que alguien debe dar a luz. No sirve cualquiera; debe ser alguien que cumpla los mismos criterios que definen al esperado. Así, de forma inusitada, todo lo sencillo cobra una importancia decisiva que solo puede ser vislumbrada por quienes han acogido ya en sí mismos la semilla de la pequeñez. Esto le pasó a Isabel, según cuenta Lucas, que reconoció en María a la portadora de ese elegido y es en virtud de este que está llegando por el que María es bendecida. Valoramos en ella la aceptación del plan que Dios le propone en cuanto hace posible el aprojimamiento definitivo de Dios mismo a todos nosotros.

Entonces ¿dejará Dios de pastorear a su pueblo? No; lo hará de otro modo: desde su mismo interior. Se ha empeñado Dios en suturar la distancia entre él y la nación, pero pretende hacerlo de un modo inesperado: asumiendo la naturaleza humana, no la identidad política. Quiere hacerse ser humano, no vecino de un pueblo u otro. Como es natural será oriundo de un paisaje, de unas costumbres y una historia, pero eso no le colocará de espaldas al resto, sino que le abrirá a todos porque con todos compartirá la intimidad en la que experimenta todo eso. Es el núcleo esencial de ese ser el que comparte con todos. De este modo, todo lo que sea privativo o exclusivista pierde su antiguo papel. 

El autor de la carta a los Hebreos tiene claro que mucho de lo que tenía valor para su público ha de dejarse atrás. Por eso incluye en su texto este comentario que hoy recordamos. Eso tradicional ha pasado ya. No tiene sentido continuar ofreciendo sacrificios u ofrendas. Ya hay quien puede ofrecerse a sí mismo. No por el hecho de ser Dios, como muchos insistirán durante siglos, sino porque su naturaleza humana va diciendo no a todo lo que la aparte de los demás y hay quien no lo entiende. Esperamos a aquel que cuestiona lo que hay porque esto que hay no alcanza para todos pero no terminamos de ver cómo hacer que llegue. Volvemos al criterio general. Si acogemos lo pequeño y lo dejamos crecer entre nosotros podrá aportarnos soluciones que no teníamos ensayadas. Abrirse a lo que llega no es transformarlo, sino dejarse cambiar por él. Con todo eso que llega es fácil deslumbrarse, pero recordemos que esperamos la sencillez, lo insospechado. En ocasiones dejamos pasar al verdadero enviado porque ni se ajusta a lo que esperábamos ni resplandece como es costumbre. Nos encandila lo ya conocido; lo que se ajusta a lo de siempre. Siempre podremos, sin embargo, preguntarnos si esto, o esta, o este, que está viniendo nos acerca o nos aleja de los demás; si al recibirlo nos hace crecer y pone en sintonía o si nos aísla y empequeñece. 

 

Acoger para crecer juntos

 


 

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