sábado, 5 de julio de 2025

DE DOS EN DOS. Domingo XIV Ordinario

06/07/2025 – Domingo XIV T.O.

De dos en dos

Is 66, 10-14c

Sal 65

Gál 6, 14-18

Lc 10, 1-12. 17-20

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Jesús envía a sus discípulos de dos en dos. Así, dice Lucas, mandó a 72 a los lugares donde él pensaba ir después. Entre otras cosas, el número 70 recuerda a los hijos de Jacob que entraron en Egipto y a los ancianos que años después profetizaron entre el pueblo en el desierto al recibir el espíritu de Moisés, aunque parece ser que al final fueron 72 los que profetizaron. Del mismo modo, fueron 70 las naciones que surgieron tras el diluvio, pero en algunos textos son también, sorpresa, 72. Así pues, aunque sea simbólicamente, podremos decir que Jesús envía emparejados genuinos profetas a todas las naciones de la tierra. Sea este o no un dato histórico lo cierto es que nos encontramos ante lo que la comunidad entendió como su encargo más importante por parte de Jesús: Que esto que vivís no se quede aquí.

Para el buen Isaías Jerusalén era el imán que atraía a todo el mundo hacia sí. El Señor la hará fecunda fuente de paz y consuelo. Esta promesa, muy lejana todavía, permanece como sueño para muchos. Nunca se ha visto tan claramente como el cerramiento y la negación del otro producen la muerte y, por tanto, la negación del ser humano y de Dios. Jesús, que fue un judío piadoso, se mantuvo al margen de la utilización mercantilista de esta promesa en su tiempo. Nosotros, sin embargo, olvidamos con cierta frecuencia que reclamar justicia, exigencia fraternal, necesaria e inexcusable, lleva aparejada también revisar nuestra propia vida. Sin que esto tenga que cerrarnos la boca ni el corazón, encontraremos ocasiones en las que tampoco nuestra personal e íntima Jerusalén escapa a sutiles manipulaciones. Jesús propone salir, ponerse en camino, hablar y testimoniar, sí, pero de una forma concreta: no en solitario; yendo al encuentro, proclamando la llegada del Reino como algo mayor que nosotros y nuestras propias ideas y creencias; sin aferrarse a las riquezas; sin aprovisionarse de lo que Dios proveerá, si le dejamos; sin imponer; sin exigir; sanando antes de hablar, porque mensajes hay tantos que sin mostrar su eficacia el nuestro será uno más. Solo de este modo es posible vencer al mal que no deja de herir; más aún, solo así podremos hacernos inmunes a él y entonar el mismo canto que el salmista.

Esta apuesta vital nos acercará a la realidad de Pablo, para quien el mundo está crucificado y él mismo lo está para el mundo. El mundo aparece aquí como lo opuesto a la fórmula de Jesús. Pablo crucifica al mundo como Moisés elevó la serpiente en el desierto; para que quede claro lo que no conduce a Dios y, al verlo, podamos certificar su maldad y, como consecuencia, quedemos sanos. El mundo, por su parte, crucifica a Pablo y a los que sigan el camino de Jesús. Como cualquiera que, mediante la paz, reclame la paz somos perdedores natos; nuestra propuesta es un absurdo; pero resulta ser un absurdo que regenera y libera y ambas cosas son temidas por quienes quieren mantener sus privilegios. Esta cruz, no otra, es la que da a luz la nueva criatura que Pablo descubre en sí mismo y que anuncia como realidad destinada a todos. Pero en comunidad o, al menos, en pareja. Ser enviado en pareja es el comienzo de esta renovación que escapa a la subjetividad. Apoyándose en otro u otra. Porque donde haya dos ya está presente Jesús. Dos que se respetan, que se saben menores que el mensaje que portan, que se exigen y confrontan, que se sustentan uno al otro, que se aman. El amor es la base de la comunión y es también lo que de Dios recibimos y entregamos. 

 

De dos en dos. Bernardo Ramonfaur (Shutterstock)