25/12/2025 – Natividad del Señor
Humanización
Is 52, 7-10
Sal 97, 1-6
Heb 1, 1-6
Jn 1, 1-18
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No descubrimos nada si decimos que el pueblo judío vive en la espera del mesías. Isaías nos trae hoy uno de los textos esenciales que alumbran esa perseverante confianza. Pondera el profeta la belleza de los pies que anuncian la paz y pregonan la justicia, porque el mesías no llegará de cualquier forma, sino provocando una transformación que colocará al mundo en la perspectiva de Dios aboliendo cualquier rasgo de inhumanidad. Dios reina cuando el mundo acepta su paz como fruto de su justicia. No las nuestras; las suyas: inseparables y realistas; universales y atentas a reparar cualquier mal; a subsanar, reparar y damnificar exigiendo responsabilidades sin alimentar venganzas personales. Dios es Dios para todos. Su brazo trae consolación para unos y a los otros los enfrenta a su propia verdad dejándoles presenciar esa victoria que no arrasa sino que hace patente su rostro para todos. Es rescate para unos y otros y así es salvación para todos. Todavía hoy nos cuesta entenderlo. El salmista pone música a la misma letra. El canto de victoria se eleva desde los confines del mundo.
Para el mundo bíblico cualquier persona que estuviese especialmente cercana a Dios recibía el título de hijo suyo. Con el tiempo se oficializó este título y hubo personas especialmente convocadas para la misión de que esa transformación del mundo en beneficio de los últimos fuese algo real. Reyes, profetas y sacerdotes fueron ungidos con el encargo de hacer palpable esa presencia de Dios y su labor resultó tanto más polémica y controvertida cuanto más cercana estuvo al punto de vista de Dios.
El autor de la gran homilía a los Hebreos afirma que el Hijo, superior a cualquier otro ser celestial, fue mediador en la obra creadora y continúa mediando todavía: sostiene el universo y está sentado a la diestra del Padre. Comparte con él su misma esencia; es el reflejo de su gloria. Pero son distintos en su unidad pues es impronta, imagen, suya. Lo que nuestros hermanos mayores no terminaron de creer es que este Hijo, igual y distinto, la sabiduría creadora de Dios, su capacidad de conocer y, por tanto, de amar, fue la que se hizo uno como nosotros ¿Comprendió Dios que solo así lo entenderíamos o nos hizo así desde siempre para poder él hacerse como nosotros y ver su obra y a sí mismo desde nuestros ojos; para conocernos sin distancia alguna? La Natividad nos habla de Dios haciéndose un ser humano. Y Juan nos recuerda que caminó entre nosotros sin que le recibiéramos; que vivió en el anonimato; en una morada desconocida para nosotros; pero que, sin embargo, quienes le acogieron fueron hechos hijos por su plenitud. Por la plenitud de su carne, de su debilidad y transitoriedad. Se dice que “algo tendrá el agua cuando la bendicen”, pues será que también la humanidad tiene “algo” cuando la divinidad es capaz, no ya de habitarla, sino de asumirla como realidad propia. Fuimos creados con el espacio y la capacidad suficiente para albergar a Dios. Dejarle nacer no es solo admitir que va a transformar nuestra vida sino también disponerse a llevar hasta la perfección nuestras posibilidades. Somos capaces de amar como Dios ama, de renunciar a nuestro egoísmo con el convencimiento de estar construyendo lo nuevo en la medida en que nos unimos a él en nuestro encuentro con los demás. La Navidad es humanización; es comunión, unión con Dios en el encuentro justo y pacífico con todas, todos y todo lo demás.

Sin Título; Pintura de Pablo Sanaguano. Ecuador (2023)
Muy Feliz Natividad a todas y todos.
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