13/02/2022
Enraizarse junto al manantial
Domingo VI T.O.
Jer 17, 5-8
Sal 1, 1-4. 6
1 Cor 15, 12. 16-20
Lc 6, 17. 20-26
Si quieres ver las lecturas, pincha aquí.
Jesús se
muestra aquí especialmente concreto y no deja ninguna duda sobre a quienes está
llamando felices. Donde sí caben las dudas es en las razones de la alegría que
predica. Además, el conjunto de las lecturas invita a pensar en que la promesa
de reparación por el daño sufrido va a demorarse sine die. Así podría argumentarse si tomamos al pie de la letra la
poética lectura de Jeremías llamando a confiar en el Señor por encima de todo.
También el salmista insiste en este punto y el pasaje de la carta de Pablo
parece remitir a la existencia futura como el ámbito en el que todo se
solucionará, presentando la resurrección de Jesús como garantía de restauración
definitiva. El evangelio, por su parte, alude nuevamente al futuro sin
acotación alguna que permita intuir cuándo ni cómo se cumplirá tal promesa
dejando, además, en pie la misma
imprecisión para quienes por ahora escapan a la necesidad. Esta interpretación
es propia de una cruel imagen de Dios que le concibe como un ser que permite un
sufrimiento real pero transitorio garantizando que lo importante es la
bienaventuranza eterna.
Sin embargo, podemos afirmar, viendo en su conjunto la trayectoria y las palabras de Jesús, que él nunca ha defendido el sufrimiento ni el dolor. Todo lo contrario. Su fama de taumaturgo y curandero le viene, precisamente, de procurar la sanación para muchos con los que se encontraba. Esta gratuita sacralización del hambre, la sed, la pobreza y la incomprensión no tienen ningún sentido en él. Tengo para mí que es ésta última, la incomprensión, la que nos puede dar la clave de todo.
Incomprensión es la cara visible de la cerrazón en el mal. Quien mantiene en beneficio propio estructuras malignas que dañan a otros, porque en eso consiste el mal, ni comprende ni consiente que sus acciones sean criticadas o contestadas en modo alguno y la respuesta que valoran como más eficaz es un buen ataque. En el polo opuesto, quien denuncia las situaciones injustas está auto-condenándose a cargar con esas represalias y terminará sufriendo con los que lloran y pasan hambre o sed. El mal gratuito ni trae la felicidad, ni es querido por Dios. Sin embargo, la felicidad que produce la realización de una acción congruente con la propia fe es capaz de aceptar el mal que le sobreviene como consecuencia sin verse empañada por ello. Jesús ha bajado de la montaña al llano para hablar el lenguaje del hijo del hombre. Dios ha escapado del refugio místico en el que le recluimos y se hace uno como nosotros. De primera mano conoce el sufrimiento de los suyos y promete un sentido para la vida de todos los que no se olvidan de los últimos a la vez que amonesta a quienes han edificado su vida sobre tanta pasión. Son aquellos quienes han resucitado ya con Jesús y han entrado en una nueva forma de comprender el mundo, de concebir la historia y de relacionarse con Dios y con los demás. Son ellos los árboles que se enraízan junto al manantial y confían en el Señor. Son quienes ponen vida a la esperanza cristiana que no está reservada para una vida ultraterrena, sino que se empieza a vivir ya aquí, aunque todavía no en forma plena. Y es una esperanza abierta a todos; también a quienes no comprenden que esta nueva felicidad sea superior a la comodidad y seguridad que ellos entronizan. El cambio es tan sencillo como complicado.
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