sábado, 18 de enero de 2020

EN SINTONÍA. Domingo II Ordinario.


19/01/2020
En sintonía
Domingo II T. O.                                                                          Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Is 49, 3. 5-6
Sal 39, 2. 4ab. 7-10
1 Cor 1, 1-3
Jn 1, 29-34
Pablo vuelve a hablar hoy, no sólo para la Iglesia que está en Corinto, sino para esta Iglesia que peregrina en Zaragoza, en Ávila, en Calcuta, en Quito o en cualquier otra parte donde te encuentres. Para ti que lees estas líneas es esta proclamación que Pablo, como buen judío, conocía bien: “Es poco que seas mi siervo (…) Te hago luz de las naciones”. Estás llamado a la santidad, a compartir la vida de la comunidad de quienes siguen a Jesús el Cristo; a extender esa santidad de forma que llegue a todos sin exclusión, que no se quede circunscrita a los de siempre: a los descendientes de Jacob y supervivientes de Israel, a los damnificados de tu cultura, a los de tu pueblo y tus tradiciones, a los buenos cristianos y a los que se aferran a las tablas del naufragio. Para ti que no te quedas abrazado a lo conocido, sino que invocas siempre el nombre del Señor Jesús que acoge a todos; que te abres a los tiempos presentándolos al Espíritu para que los fecunde y transfigure, gracia y paz.
Es esa apertura, nada más, lo que te permitirá reconocer a Jesús el Cristo entre la multitud de salvadores que se te brindan a diario. Para Juan, ver a Jesús era percibir al Espíritu en cuya sintonía estaba. Pese a sus diferencias, había algo que los unía y en donde podían encontrarse. En realidad, ver a Jesús es dejarse ver por él; colocarse a su alcance; armonizarse con el Espíritu en el que ambos nos desenvolvemos. Y, en gran medida, es también respetar su discreción. Existe quien pretende conocer a Jesús y lo muestra al mundo según la imagen que él tiene mientras afirma que ese es el verdadero Jesús. Pero Juan comienza por reconocer su ignorancia: no le conocía… no era como él creía, no pudo reconocerlo hasta que llegó el Espíritu. Y ese es su testimonio: aquello que ambos comparten, eso en lo que se unen y sintonizan. Todo lo demás le queda desconocido pues no puede si quiera imaginarlo y Jesús tampoco lo muestra ya que no es amigo de llevar a nadie del ronzal sino de hacerse presente en su vida y caminar con él.
Es el Espíritu quien lo coloca en esa dimensión misteriosa. El Espíritu sopla donde quiere y nada hay más ajeno a él que la costumbre. Cualquier tradición que quiera perdurar no tiene más remedio que dejarse moldear para cambiar constantemente. Es el Espíritu quien la transforma pero no para  asimilarla a sí mismo, sino para acomodarla a la gente, al pueblo de los santos que peregrina con él y en él.  Nada hay menos espiritual que una tradición ajena a las cambiantes necesidades de la carne. Frente a estas necesidades podemos crear o adaptar nuevos símbolos, como Juan adaptó el del bautismo a sus intenciones, y el Espíritu habitará en ellos en la medida en que sean efectivos y significantes para los demás. En la medida en que sean luz. El Hijo de Dios, que existía desde mucho antes que Juan, pudo reconocer en él a un hombre movido por el Espíritu, que no intentaba imponer su propia perspectiva, sino que se abría a la inspiración que le acercaba al corazón de las gentes. Y esa era la sintonía que existía entre ambos. Aunque Juan pensase más en la penitencia como solución y Jesús la viese en una inédita oferta de amor, la necesidad de cambio que ambos supieron leer en sus contemporáneos les llevó a abrirse al mismo Espíritu que en Juan suscitó al profeta y en Jesús hizo patente al Hijo. 

En sintonía

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