19/01/2020
En sintonía
Domingo II T. O. Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Is 49, 3. 5-6
Sal 39, 2. 4ab. 7-10
1 Cor 1, 1-3
Jn 1, 29-34
Pablo vuelve a hablar hoy, no sólo para la Iglesia
que está en Corinto, sino para esta Iglesia que peregrina en Zaragoza, en
Ávila, en Calcuta, en Quito o en cualquier otra parte donde te encuentres. Para
ti que lees estas líneas es esta proclamación que Pablo, como buen judío,
conocía bien: “Es poco que seas mi siervo (…) Te hago luz de las naciones”.
Estás llamado a la santidad, a compartir la vida de la comunidad de quienes
siguen a Jesús el Cristo; a extender esa santidad de forma que llegue a todos
sin exclusión, que no se quede circunscrita a los de siempre: a los
descendientes de Jacob y supervivientes de Israel, a los damnificados de tu cultura,
a los de tu pueblo y tus tradiciones, a los buenos cristianos y a los que se
aferran a las tablas del naufragio. Para ti que no te quedas abrazado a lo
conocido, sino que invocas siempre el nombre del Señor Jesús que acoge a todos;
que te abres a los tiempos presentándolos al Espíritu para que los fecunde y
transfigure, gracia y paz.
Es esa apertura, nada más, lo que te permitirá
reconocer a Jesús el Cristo entre la multitud de salvadores que se te brindan a
diario. Para Juan, ver a Jesús era percibir al Espíritu en cuya sintonía
estaba. Pese a sus diferencias, había algo que los unía y en donde podían
encontrarse. En realidad, ver a Jesús es dejarse ver por él; colocarse a su
alcance; armonizarse con el Espíritu en el que ambos nos desenvolvemos. Y, en
gran medida, es también respetar su discreción. Existe quien pretende conocer a
Jesús y lo muestra al mundo según la imagen que él tiene mientras afirma que
ese es el verdadero Jesús. Pero Juan comienza por reconocer su ignorancia: no
le conocía… no era como él creía, no pudo reconocerlo hasta que llegó el
Espíritu. Y ese es su testimonio: aquello que ambos comparten, eso en lo que se
unen y sintonizan. Todo lo demás le queda desconocido pues no puede si quiera
imaginarlo y Jesús tampoco lo muestra ya que no es amigo de llevar a nadie del
ronzal sino de hacerse presente en su vida y caminar con él.
Es el Espíritu quien lo coloca en esa dimensión
misteriosa. El Espíritu sopla donde quiere y nada hay más ajeno a él que la
costumbre. Cualquier tradición que quiera perdurar no tiene más remedio que
dejarse moldear para cambiar constantemente. Es el Espíritu quien la transforma
pero no para asimilarla a sí mismo, sino
para acomodarla a la gente, al pueblo de los santos que peregrina con él y en
él. Nada hay menos espiritual que una
tradición ajena a las cambiantes necesidades de la carne. Frente a estas
necesidades podemos crear o adaptar nuevos símbolos, como Juan adaptó el del
bautismo a sus intenciones, y el Espíritu habitará en ellos en la medida en que
sean efectivos y significantes para los demás. En la medida en que sean luz. El
Hijo de Dios, que existía desde mucho antes que Juan, pudo reconocer en él a un
hombre movido por el Espíritu, que no intentaba imponer su propia perspectiva,
sino que se abría a la inspiración que le acercaba al corazón de las gentes. Y
esa era la sintonía que existía entre ambos. Aunque Juan pensase más en la
penitencia como solución y Jesús la viese en una inédita oferta de amor, la
necesidad de cambio que ambos supieron leer en sus contemporáneos les llevó a
abrirse al mismo Espíritu que en Juan suscitó al profeta y en Jesús hizo
patente al Hijo.
En sintonía |
Gracias!
ResponderEliminarGracias a tí.
EliminarJesús no es amigo de llevar a nadie del ronzal ,sino de hacerse presente en su vida y CAMINAR CON ÉL.
ResponderEliminarAsí es. Estoy convencido. Gracias por tu subrayado.
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