sábado, 23 de mayo de 2020

DEL COLOR DE LOS ÁRBOLES


24/05/2020
Del color de los árboles
Domingo VII de Pascua. La Ascensión.               Si quieres ver las lecturas pincha aquí
Hch 1, 1-11
Sal 46, 2-3. 6-9
Ef 1, 17-23
Mt 28, 16-20
Tras su resurrección Jesús no ha vuelto a la vida. ¡Está vivo! Que es diferente. La vida es este regalo maravilloso que estrenamos cada día al abrir los ojos, muchas veces sin darnos cuenta. Pero pese a su maravilla es un período en el que creemos percibir el mundo sin error. Como los discípulos que después de todo aún querían que Jesús restaurase el reino de Israel. Ni ellos pudieron, ni nosotros podemos evitar nuestra percepción limitada. En realidad, vemos el mundo como somos. Nuestros ojos captan el color de la longitud de onda que los demás cuerpos no pueden absorber. De entre la gran variedad de ondas existentes sólo podemos ver ese pequeño rango que compone nuestro campo de visión. Cualquier humilde insecto pueden ver muchos más colores que nosotros. De modo similar, nuestra vida es lo que somos pero no es la Vida. Nada más engañoso que aquello que damos por sentado por haberlo visto. La gran invitación de Jesús es a trascender eso que somos, esto que vemos como real, a mirar siempre más allá, a creer en nuestras intuiciones y su palabra: ¡Esto puede ser diferente!
Para captar esa diferencia, nos dicen hoy las lecturas, hemos de estar atentos a aquel que está siempre viniendo: al Espíritu. Siempre viniendo porque ya dijimos que es amor circulando entre Padre e Hijo y esa corriente no se interrumpe nunca pues ambos están vivos. La Ascensión es el retorno del Hijo al Padre y en ese retorno está presente la humanidad, lo común a todos los humanos, y por tanto, todos nosotros estamos allí, inmersos en ese dinamismo; en la corriente que nos impulsa a todos a abandonar una sacralidad arquitectónica como la de Jerusalén para llegar a Samaría, terreno de herejes, buenos prójimos pero paganos y de allí a los confines del orbe para anunciar a todos que este mundo es mucho más que la ínfima parte que ahora podemos conocer de él. Estamos llamados a desbordar nuestra comprensión y expandir nuestro ser en busca de infinito. Y hallamos todo esto escrito en plural, porque nadie viaja demasiado lejos yendo solo.
La ascensión de Jesús no fue un hecho histórico que los discípulos presenciasen. Probablemente hasta después de Pentecostés no tuvieron conciencia de nada más que de aquello que vieron. Gracias a la ventaja que dan los años y la liturgia nos anticipamos hoy al Espíritu y reconocemos este momento como una invitación a trascender esta vida de ahora para buscar juntos con Jesús la Vida en plenitud. Así, aterrizando en nuestros días, ahora que vamos dejando atrás este confinamiento se nos llama a abandonar esas actitudes que hayan podido lesionar de alguna manera a las personas y al planeta. No podemos volver a la misma vida que antes. Tenemos que ascender y encontrar un modo nuevo de situarnos en el mundo, un modo nuevo de percibir la realidad, una ampliación del campo visual. Conocemos ya mucho del funcionamiento de nuestro mundo y de las repercusiones que nuestras acciones tienen sobre él y hemos de generar vida auténtica. El mundo son personas concretas, una naturaleza concreta. Pero también somos nosotros mismos que vivimos pensando que los árboles “son” verdes y que también nosotros somos como somos. Ya en el siglo IV Agustín de Hipona aconsejó: “Conócete, acéptate, supérate”. En esta dinámica, como reconocimiento y colaboración en la acción de Jesús el Hijo, consiste la ascensión a la que hoy se nos invita.  

Del color de los árboles

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