sábado, 29 de agosto de 2020

EL FUEGO INCONTENIBLE. Domingo XXII Ordinario

30/08/2020

El fuego incontenible

Domingo XXII T.O.

Jer 20, 7-9

Sal 62, 2-6. 8-9

Rm 12, 1-2

Mt 16, 21-27

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Algo que podemos reprocharle a Jesús: su uso de la mercadotecnia. Lo cual, evidentemente, contrasta de forma inmediata con su pasmosa sinceridad. Muy al contrario que otros profetas y sanadores, Jesús no promete la eliminación de los males que nos acechan, no promete a nadie una vida fácil y confortable. Lo que deja claro es que todos los que le sigan correrán su misma suerte. No hay engaño alguno en su boca. Esto último ya lo había predicho el buen Isaías y Pedro mismo lo recoge en una de sus cartas. Y es Pedro quien hoy se gana el reproche de Jesús por pensar como todos los demás. Hay que ser alternativos; renunciar a uno mismo, como Jesús hace y dice; eso es hacerse vulnerable. Se nos pide aceptar las consecuencias que se sigan de esa renuncia y afrontarlas desde esa vulnerabilidad. Eso es caminar con él; compartir su camino. Sin embargo, muchas veces preferiríamos encontrar un camino mucho más liso, y cruces que fuesen tan llevaderas, tan engalanadas e incensadas como las que ornamentan nuestras liturgias; entre las que puede haber  alguna que pese un poco más o que incomode por un rato, pero luego se vuelven a guardar todas en las sacristías hasta que toque sacarlas de nuevo.

Pablo, que a veces se nos hace tan complicado es hoy bien clarito: todo culto que no deje huellas en el cuerpo, es decir, que no tenga implicaciones en nuestra forma de vivir ni traiga consecuencias para nuestra situación no es razonable. Lo razonable es que cualquier cosa afecte a todo lo demás en la manera que le es propia. Un culto que deja intacta la hostia que ofrece es un culto adulterado, irracional. Y con meridiana transparencia añade aún: no os acomodéis a este mundo, cambiad vuestro modo de ver las cosas. La voluntad de Dios está  en la paradoja, incluso en el absurdo. No hay lógica más contraria a la divina que la lógica de este modo de ver la realidad que entre todos vamos fabricando para nuestra propia holgura y, sepámoslo o no, para estrechez de otros. Y este es ya un criterio de discernimiento.

Dios seduce, arrebata, nos dice Jeremías y si repasásemos el relato de su vocación veríamos que esa seducción no es en absoluto suave ni romántica, como parece ser la descrita  por Oseas. Jeremías es poseído sin pedir permiso alguno y es enviado a donde Dios quiere. Pocas veces esa expresión ha revestido tanta autoridad. En el pasaje de hoy, el profeta confronta con Dios el resultado que ser fiel a su vocación le ha traído. No es un texto amable; es una recriminación en toda regla y, sin embargo, Jeremías comprende que no podía hacer otra cosa porque esa vocación era un fuego incontenible en su interior. Es Dios mismo, zarza ardiente que desde nuestra profundidad nos va hablando; él coloca en nosotros ese dinamismo de apertura al mundo. Dejarse llevar por esa corriente es moverse según el Espíritu, pero nuestra razón nos dice también que eso no puede traernos ningún acomodo. Pensar lo contrario es llamarse a engaño y, lo que es mucho peor, es plegarse a las exigencias del mundo que absolutiza una imagen estéril de Dios convirtiéndola en un ídolo incapaz de transformar nada. Pero cuidado, porque ese error no es exclusivo del mundo exterior. Se da también entre los hombres espirituales tal como se dio en Pedro y puede darse en cualquiera de nosotros.  

El fuego incontenible

 

 

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