sábado, 14 de noviembre de 2020

EL TESORO QUE SOMOS. Domingo XXXIII Ordinario.

15/11/2020

El tesoro que somos.

Domingo XXXIII T.O.

Prv 31, 10-13. 19-20. 30-31

Sal 127,1-5

1 Tes 5, 1-6

Mt 25, 14-30

Si quieres ver las lecturas pincha aquí 

Existen, según la parábola, dos maneras diferentes de recibir un regalo: con ilusión por las puertas que nos abre o con miedo por perderlo. El regalo que el Señor nos hace no se mide en cantidades sino en implicaciones. Cualquier don suyo es desproporcionado. El talento era una medida de peso que se obtenía al llenar un ánfora de agua. El peso de esa masa de agua en plata era el valor de la moneda que correspondía a diferentes cantidades según la época y el lugar. En la palestina que conoció Jesús su valor aproximado era de unos 26 kg; el salario de 16 años de un trabajador manual. Para cualquier campesino de la época era una auténtica fortuna. Y los cinco talentos del primer siervo eran ya una exageración. Tal como Dios mismo: una exageración de amor y de dones derramándose sobre cada uno. Pero la cuestión no está en que unos reciban más y otros menos, sino en que todos reciben lo que nunca hubieran podido imaginar. Pero no materialmente. Es en el interior donde se encuentra la principal fortuna de cada persona. Así nos lo aclara la primera lectura. Nos puede resultar chocante hoy en día, pero la alabanza de la mujer que no se pronuncia sobre su aspecto físico sino que valora sus cualidades y su capacidad para trabajar y estar atenta a todos sin olvidar a nadie supone, incluso en muchos ambientes actuales, una revolución.

Todos, hombres y mujeres, somos un tesoro. Cada uno diferente de los demás, pero todos valiosos. Y sin embargo hay quienes se contemplan a sí mismos con miedo y pretenden conservar este regalo intacto, almacenándolo todo en una infalibilidad improductiva. Viven en una noche en la que les sobrevendrá de improviso la ruina mientras ellos piensan estar viviendo en la paz y la seguridad. Reservan todo cuanto les ha sido confiado en la esperanza de preservarse también a sí mismos porque saben que su Señor siega donde no siembra y recoge donde no esparce pero no se sienten capaces de ser ellos los que siembren y esparzan pues piensan que sería una traición al tesoro que custodian pero no viven. Allí donde no pudo llegar él nos envía a nosotros y de la forma en que no alcanzó a llegar espera que lleguemos nosotros. Espera que seamos parecidos a como él era: arrojados, innovadores, creativos y confiados, que él concluirá lo que empecemos; que aceptemos nuestra vocación de hijos de la luz y del día y estemos vigilantes y despejados; espera de nosotros una fidelidad activa capaz de cambiar el mundo, como lo cambia nuestra incomprendida amiga de los Proverbios.

En esta acción amorosa el mundo se va transfigurando y se acerca cada vez más al corazón de Dios. Y nosotros también. Dedicarse a esta tarea de negociar con los talentos e ir poco a poco sumando amigos y amigas de cualquier pueblo, lengua o credo repercute sobre nosotros tanto como sobre los demás y el mundo mismo. Conforme nos damos nos construimos. Ese es el testimonio de tanta gente buena y sencilla que por no guardar su vida para sí se ha convertido en pilar fundamental para la de tantos otros. Nadie nace ya hecho. Vivimos en permanente construcción y nos edificamos en la medida en que nos damos y nos recibimos siempre nuevos desde el cariño de los demás y de Dios. Salir siempre desde el interior y no renunciar a lo que somos y compartimos con todos es nuestra paleta. Es el primer paso para repintar un mundo que va encaminándose hacia el banquete final. 

 

El Tesoro que somos                   




 

 Para Ana, Ricardo, Ángela, Jorge, familia y amigos

No hay comentarios:

Publicar un comentario