sábado, 12 de diciembre de 2020

GAUDETE. Domingo III Adviento

13/12/2020

Gaudete

Domingo III Adviento

Is 61, 1-2a. 10-11

Lc 1, 46-48. 49-50. 53-54

1 Tes 5, 16-24

Jn 1, 6-8. 19-28

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Isaías declara alegrarse con su Dios que le ha vestido un traje de gala y le ha envuelto con manto de triunfo. Y ve esa predilección claramente expresada en la especial vocación que siente personalmente encomendada: liberar, sanar, hacer realidad una buena noticia. Muy de cerca, el fragmento del canto de María que hoy leemos como salmo comienza manifestando la alegría de la joven porque Dios ha puesto sus ojos en su humildad y ha querido hacer obras grandes por ella sin reparar en nada más. Obras grandes que se alinean con las del antiguo profeta: colmar, auxiliar, hacer real su misericordia. Pablo insiste en que la alegría es el pórtico, el marco en el que todo lo demás se inscribe. Juan, por su parte, tiene claro que él es un testigo de la luz y que se encuentra en el sitio en el que debe estar; dedicado a aquello para lo que Dios le ha llamado.

Isaías y Juan comparten su conciencia de enviados. María ve que todo ocurre por medio de ella y las comunidades de Pablo conocen ya la identidad del enviado definitivo. Isaías, acompañante del pueblo oprimido y dominado por el imperio persa; María, mujer y madre soltera en la Nazaret del siglo I, Juan, un asceta marginal que había abandonado su familia sacerdotal denunciando así la práctica religiosa oficial y Pablo, un fariseo hereje, traidor a los suyos y converso a esa nueva secta demoníaca. Todos ellos comparten una posición más allá de las fronteras, “al otro lado del Jordán”, los unos están fuera de los límites de la santidad del pueblo judío y los otros son simples instrumentos para la maquinaria política del imperio.

Y sin embargo, todos ellos perciben la luz que nace en su interior. Para Isaías como esperanza que ha de llegar y para los demás como un reflejo de quien ya está entre ellos aunque no todos le conozcan. Ninguno de ellos ve luz donde normalmente decimos verla sino allí donde se vive la liberación del sufrimiento y el dolor. El Señor que llega trae luz porque elimina la oscuridad, no porque aumente el contraste entre el centro y la periferia; eso es lo que hacen nuestras iluminaciones porque cuanta más claridad ponemos en un sitio, más penumbra crece en otro. La luz nos sigue siendo desconocida o, por lo menos, lejana. Tenemos más de Isaías que de los otros. La luz viene del dolor derrotado, porque ningún dolor es bueno, su única utilidad es la de dejar ver la luz al ser vencido.

Alegrémonos también nosotros porque podemos seguir derrotando solidariamente todos los sufrimientos que una forma de vivir ajena a los demás provoca. En realidad, la luz nos la aportan quienes desde los márgenes nos piden paso y espacio, quienes sufren el peso de las ausencias, quienes no pueden o no saben levantar cabeza, quienes viven arrinconados… ellos son la estrella verdadera. Las iluminaciones navideñas no nos aportarán nada nuevo si no reconocemos en nuestro interior a quien es la Luz, si no somos capaces de cantar el Magnificat como expresión de adoración, como reconocimiento de la acción de Dios en nuestra vida y en la de los demás porque ninguna intervención de Dios es un regalo privado. Es don de justicia que debe llegar a todos. La liturgia llama Gaudete (alégrate, regocíjate) a este domingo. Alégrate porque en Dios ningún ser humano te es ajeno y construyendo cercanía nos construimos unos a otros y somos todos mucho mejor personas.

 


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