sábado, 19 de diciembre de 2020

EL CIELO EN LA TIERRA. Domingo IV Adviento

20/12/2007

El cielo en la tierra.

Domingo IV Adviento.

2 Sam 7,1-5. 8b-12. 14a. 16

Sal 88, 2-5. 27. 29

Rm 16, 25-27

Lc 1, 26-38

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David pretende construir una casa para el arca de Dios que, hasta la fecha, había habitado en una tienda con la misma provisionalidad del pueblo al que acompañaba; siempre disponible para ir de un sitio a otro hasta que fue depositada en un santuario transitorio. Pese a que su impulso parece generoso, David teme al arca. Aunque el pasaje que hoy leemos no lo dice la presencia de Dios es signo de bendición, pero también puede ser una amenaza y es mejor tenerlo contento y confortablemente instalado en un templo a su medida que peregrinando por el país. Paradójicamente, es Dios quien se ofrece a construir una casa para David, una dinastía que prolongue su nombre en la historia y promete no abandonar nunca al pueblo, plantarlo en un lugar del que nadie podrá nunca removerlo, apoyado en esa descendencia real. Es la promesa clásica dada a los patriarcas: tierra y descendencia.

En el encuentro con María no hay lugar para el miedo. “Alégrate” es el saludo del mensajero. No hay espacio para el temor pues la joven ha sido agraciada. No es que ella fuese especial ni muy diferente a las demás jóvenes, es que Dios la invitó a dar a luz algo nuevo. Su mérito fue aceptar. Seguro que Dios eligió bien y algo tendría María para que la considerase capaz de ello. Aquí ya no hay tiendas, casas ni templos. Va a ser la propia María la portadora de Dios; nada hay imposible para él. Ella solo tiene que estar dispuesta a perderlo todo. No dudamos que María fuese un personaje real y que tuviese una importancia grande en la vida de Jesús, pero es también imagen de cada uno de nosotros y del pueblo “virgen” y fecundo; opuesto al pueblo “adúltero” o estéril. Dios se propone hacerlo todo nuevo.

También nosotros estamos llamados a dar a luz algo inédito, a identificarnos con nuestra naturaleza agraciada y dejarla florecer. No acabamos de entender cómo. Todo esto resulta un Misterio, como dice Pablo, pero desde ahora será misterio para todos, sin dejar fuera a nadie. Todos podremos cultivar con Dios la misma relación que nos presenta el salmo y vivir en la sombra del altísimo. Todo cobra sentido cuando se vive desde la confianza y Dios mismo nos presenta pruebas suficientes, si estamos dispuestos a reconocerlas. Tan sólo se nos pide salir de nosotros mismos, dejar atrás la comodidad de lo ya conocido y arriesgar lo que ya teníamos como seguro. Dios está siempre en lo desconocido; nada divino hay en la costumbre ni en la rutina; ni en la lógica de nuestros planes. “Lo que viene, conviene” dicen algunos maestros… porque el acontecimiento nos coloca en disposición de modelarnos y construirnos según la raíz divina que nos habita para terminar así alumbrando lo inesperado. Aquello que nunca hubiéramos ni siquiera soñado permaneciendo en nuestro sitio. La única forma de descubrir nuevos paisajes es caminar con el equipaje mínimo y nunca en solitario. Estamos llamados a ser pueblo universal, inocente y confiado, que se construye a sí mismo a partir de la cercanía con los próximos y erige una realidad, hasta el momento, desconocida a gran escala, sobre la base del encuentro, del diálogo y del compartir, apoyados en la fraternidad como factor de cohesión y empeñados en la justicia y la dignidad como valores supremos. Es el camino definitivo que nos llevará a la paz que es la traducción terrena de eso que llamamos gloria celestial.

 

El cielo en la tierra

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