jueves, 24 de diciembre de 2020

NAVIDAD

25/15/2020

NAVIDAD

Is 52, 7-10

Sal 97, 1-6

Hb 1, 1-6

Jn 1, 1-18

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La Palabra que desde siempre estuvo junto a Dios fue quien lo hizo todo. Ella era Dios y en ella estaba la vida pero aunque dejó su impronta en todo y pese a la labor de todos los precursores, el mundo no la reconoció. Por eso se instaló entre su pueblo, siendo pronunciada por Dios de muchas maneras sin que nadie reparase en ella, hasta que, llegado el momento, tomó la opción de hacerse carne, debilidad. El mensajero de hermosos pies proclama la paz: anuncia la Buena Noticia de la victoria del Señor y desaparece. En esta victoria nos es revelada la salvación que se edifica sobre la justicia de Dios, sobre su misericordia y su fidelidad. Ya sólo queda mensaje pues todos los mensajeros han concluido su labor. La Palabra es el mensaje, sin ella Dios no puede ser escuchado ni, mucho menos, comprendido.

Y esa Palabra, decimos, se ha hecho definitiva y decisiva, se ha hecho inteligible para todos haciéndose lo que todos somos: mundo humano. Mundo porque compartimos una unión con la tierra cada vez más olvidada, pero por siempre definitiva y aglutinante. Humano, humus tan consciente de su mundanidad como de su excepcionalidad, que se reconoce en el mundo como hermano de todo e intuye en sí una con-vocación, un sentirse llamado junto a todos y a todo, que funge desde su interior, desde su ser oyente. Escuchador atento de sí mismo y de la luz que descubre en sí cuando vive de cara a los demás y al mundo. Si Dios se ha hecho carne y la Palabra creadora se manifiesta en el universo desde el momento del inicio sosteniéndolo y purificándolo ¿Cómo podríamos percibir su presencia en otro sitio que no fuese el mundo del que nosotros mismos somos parte? Darle la espalda al mundo, a los demás, es vivir en la tiniebla. Cuando miro a los demás viéndoles y viviéndoles como iguales “permito” que Dios nazca en mí, que se comunique con ellos diciéndose a sí mismo y diciéndoles también algo de mí. Tengo entonces, soy entonces, luz. Cuando tu luz y la mía se encuentran Dios se reconoce en ambos y se crea un nudo en el que se proyecta ese nacimiento para todos los demás. Contemplar el amor que nos tenemos es el único mensaje de amor que puede ser universal.

Navidad es la fiesta del nacimiento de Dios. Es su celebración, pero no su único momento. Un hijo nos ha sido dado y, como todos los hijos, nos enseña una nueva forma de andar. El camino de Jesús es siempre inesperado. Todo camino verdadero es siempre original y sorprendente, distinto de lo ya conocido. Dios siempre hace brotar lo nuevo, aquello que nunca habría surgido de la carne ni de la sangre, pero no para que nos lo quedemos aprisionado en una maceta, sino para que una vez que arraigue lo trasplantemos en el vergel del que él nos hizo jardineros… esta Navidad será diferente, como diferente está siendo la vida desde hace ya más de un año, si la contemplamos como Dios la contempla: universalmente. Dios nace en ti y en mí esperando llegar a todos los rincones. Estamos llamados a no dejar de mirar a nadie y construir una red de santa mundanidad que no deje fuera a nadie; a nadie. Da igual que haya luces o no (que siempre hay); da igual que te juntes con unos o con otros; da igual que sea diciembre o marzo; da igual… Sólo el amor que se comunica, se enraíza, se enreda y se expande se hace fecundo. Sólo él puede tañer la cítara para cantar la victoria de una Palabra que hacemos comprensible para todas las lenguas. 

 

Navidad

 FELIZ NAVIDAD

 

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