sábado, 2 de enero de 2021

DEL TODO DISTINTO. Domingo II Navidad.

03/01/2021

Del todo distinto

Domingo II Navidad

Si 24, 1-2. 8-12

Sal 147, 12-15. 19-20

Ef 1, 3-6. 15-18

Jn 1, 1-18

Si quieres ver las lecturas pincha aquí. 

Van pasando los días de estos festejos navideños y se nos dibuja la imagen de un Dios que nos puede pasar desapercibida si nos dejamos enredar en lo habitual. Tenemos que parar un poco y estar atentos; no dejar que todo venga rodado. Tenemos noticia de un Dios que se ha hecho hombre. Por si esto fuera poco, que no lo es, resulta que lo ha hecho de un modo completamente insospechado. Porque relatos sobre hombres o mujeres que son encarnaciones de Dios o incluso acerca de hijos suyos existían ya desde antiguo. Todas las culturas  han expresado desde hace siglos ese deseo de romper la distancia, que ellos creían insalvable, entre los hombres y la divinidad. Y todas esas encarnaciones y la cohorte de semidioses resultante se resolvían en seres magníficos, dotados de grandes poderes y aptitudes; seres destinados a la gloria del recuerdo imperecedero entre la población por sus grandes gestas en favor suyo y, normalmente, contra el vecino. En contraste con esta concepción humana, cuando Dios decide calmar este anhelo y presentarse ante el ser humano lo hace de una forma insospechada; prácticamente irreconocible. Viene a nosotros en la carne. Carne es la forma con la que los antiguos judíos se referían a la realidad mortal del hombre, a su fragilidad, incluso a su debilidad. Porque Dios no puede traicionarse a sí mismo, ni siquiera cuando decide ser distinto de sí, de forma distinta a como él es. Precisamente: frágil y débil.

Frágil porque se hace vulnerable, susceptible de recibir cualquier daño. Es un niño recién nacido, incapaz de sobrevivir por sus medios, a merced de cualquiera. Débil porque es incapaz de hacer nada por nadie salvo arrancarle una sonrisa y conmoverle el corazón. La sabiduría de Dios acampa entre nosotros sin imponerse, presentándose a disposición y a merced de todos. Nada hay en ella de lo que nosotros hubiéramos elegido y, sin embargo, todo cuanto aporta nos construye desde lo profundo de nosotros mismos porque se enraíza en nuestro ser hijos. A nadie obliga y a todos pide posada. La sabiduría es el modo de ser y de vivir, la manera en que se hacen las cosas. La tradición ha comparado a la sabiduría con la Palabra. Jesús es la sabiduría de Dios hecha carne. Cercana a cualquier hombre y mujer, pero muy diferente y capaz de revelarle un modo nuevo de ser y de estar en el mundo; precisamente, el modo “hijo”.

Lo definitivo es que procedemos de Dios. Ser hijo suyo es compartir algo de su esencia, de su ser amoroso. Dios es amor y somos amor. Amor que se concreta en amar a todos, no de cualquier forma, sino como Dios nos ama: maternalmente. La Escritura testimonia por doquier este amor entrañable que Dios mismo quiso conocer en persona naciendo de una mujer. El hombre aspiraba a ser Dios y Dios aspiraba a ser hijo. Nosotros hemos ganado conociendo la forma real en que Dios ama verdaderamente; seguro que el mismo Dios se sorprendió al conocer el amor materno y algo cambió también en él. La sabiduría acampó en medio de Israel y puso su hogar allí pero la Palabra que conoció en su carne este amor maternal pudo plantar su tienda en cada corazón y ofrecer desde allí un mensaje de paz para todos; una realidad nueva llamada Reino de Dios que muestra su gloria de un modo desconocido hasta entonces. 

 

Del todo distinto

 

 

 

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