sábado, 13 de febrero de 2021

LO HUMANO. Domingo VI Ordinario.

14/02/2021

Lo humano.

Domingo VI T.O.

Lv 13, 1-2. 44-46

Sal 31, 1-2. 5. 11

1 Cor 10, 31–11, 1

Mc 1, 40-45

Si quieres ver las lecturas pincha aquí 

Desde siempre había sido preferible que uno solo se sacrificara por el pueblo. Cualquier enfermo de lepra debía permanecer aislado, fuera del campamento o de la población porque su presencia implicaba un peligro para todos los demás. Así se pensaba en los tiempos antiguos, pero no sólo en Israel; en todas las culturas era común el apartamiento de cualquier enfermo contagioso. Lo decisivo era la relación que se establecía entre la evidente degradación física y la corrupción moral que se le asociaba y que podría comprometer también la honra de quien lo acogiese: “Por algo estará éste padeciendo este mal y su presencia aquí atraerá la ira de Dios sobre nosotros”. Por eso la certificación de su sanación era competencia de los sacerdotes. Jesús se salta aquí todas las normas que regulaban el trato con los enfermos. No sólo no lo aparta, sino que lo toca y lo hace conscientemente: “Quiero; queda limpio” con lo que toma el lugar del propio Dios pues sólo él puede curar la lepra. Acto seguido le dice al hombre que cumpla con la ley de Moisés y presente la ofrenda que allí se indica, para que “les sirva de testimonio”, para que no  pueda dudarse que el mismo Dios está hoy obrando prodigios como los que ya hizo antaño. Y ahora es Jesús quien se queda fuera de los pueblos recibiendo a quienes van en su busca porque Dios habita siempre en las afueras, sin identificarse con la sociedad establecida y las conciencias tranquilas. No es su sitio.

Para encontrarle hay que salir; desinstalarse y hacerse todo con todos. Normalmente nos definimos por la diferencia pero así es imposible encontrar lo salvífico. Y esto es aquello que Jesús ha venido a traer y que Pablo parece haber encontrado también. ¿Cómo podríamos definirlo? Aquello que desde la periferia de la propia experiencia se identifica para ella misma como fundamental y susceptible de ser compartido con todas las demás; aquello que sirve de autocrítica y hace abandonar cualquier artificio para centrarse en lo nuclear. Ciertas corrientes de pensamiento dicen que no existe la naturaleza humana pura; que el hombre es naturaleza inculturada, que la historia nos construye. Así es en todo aquello que nos diversifica y que, también, nos enriquece como especie dotándonos de perspectivas y de posibilidades. Pero existe también un núcleo central irreductible que nos define como hijos de Dios, sin etiquetar, que nos hermana a todos y que acogió la encarnación de Dios. Todos nos podemos reconocer como hijos y hermanos sin escandalizarnos de los usos de los demás; capaces de hospedar el amor de Dios que se nos entrega des-etiquetado, libre y sin sometimiento alguno en el que podemos completar nuestra semejanza con él. Y es que ninguno podemos vivir en soledad. Estamos aún en proceso; hechos para amarnos unos a otros, sin dejar a nadie fuera.

Hemos confesado nuestra culpa, hemos descubierto aquello que nos parcializa y acota. El Señor es nuestro refugio en la intemperie, nos rodea de cantos de liberación y nos redescubre que el secreto último está en la misericordia que acoge y dignifica, que sana cualquier herida y devuelve integridad como testimonio de su presencia real entre nosotros, unificándonos, reconciliándonos y desvelándonos razones y motivos de unidad. 

 

Lo humano

 

 

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