sábado, 6 de marzo de 2021

EN TRES DÍAS. Domingo III Cuaresma.

07/03/2021

En tres días.

Domingo III Cuaresma.

Ex 20, 1-17

Sal 18, 8-11

1 Cor 1, 22-25

Jn 2, 13-25

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Dios pone en valor su intervención histórica presentándose como el liberador del pueblo, diciéndole: "Recuerda lo que hice por ti… Ahora te propongo un nuevo marco de referencia, una forma nueva de comprender el mundo en el que vives" y le presenta un decálogo; una legislación que no se distingue mucho de la de otros pueblos cercanos, pero en la que todo arranca desde el reconocimiento de Dios como salvador y todo se sitúa en el contexto de la relación entre él y cada uno. El salmista alaba este sello normativo pues reconoce en él la justicia, la veracidad y la dulzura que proporcionan a la vida personal y comunitaria. Este Dios, además, es un Dios celoso que no admite contrincantes. Sabe que eso producirá interferencias que podrían terminar por apartar al ser humano de su camino común. Es un Dios celoso, pero no por verse desplazado. Le devora el celo por su pueblo que podría errar el tiro si pusiera su confianza en los ídolos. Lo que él no quiere es que nos perdamos en un bosque de fidelidades ajenas que reclaman exclusividad presentándose como caminos nuevos y originales arrancándonos esa impresión de veracidad que antes atribuíamos sólo a Dios.

Los discípulos de Jesús encuentran que también a él le devora el celo; el celo de la casa del Padre, que no puede ser desvirtuada. Con los años, Israel había caído en los mismos fallos que los otros pueblos y su Templo era más parecido a un mercado que a ninguna otra cosa. Los animales no molestaban pues eran necesarios para el culto pero el  modo de comerciar con ellos era ocasión de corrupción y de abuso sobre los fieles. Todo se había transformado en un despiadado trapicheo. El gesto de Jesús fue un acto profético, una denuncia de la situación, un atentado contra el statu quo. Pero no fue entendido así por la autoridad, que pedía un signo que justificase tal acción. El gesto de Jesús había sido ya bastante locuaz. Un signo que unido a la palabra recordada, al parecer, sólo por los apóstoles, se convertía en símbolo eficaz, en sacramento de una nueva realidad.

Y esta comprensión no viene dada por la raza, por la cultura ni por ninguna otra condición más allá de la llamada. Así nos lo dice Pablo. Sólo los llamados comprenden el signo definitivo que es Jesús crucificado y la sabiduría que en él se esconde. Cualquier llamado lo es para algo. En este caso, para reformar una percepción errónea del mundo, de nuestra situación y de la propia Iglesia. Apliquemos a nuestra realidad el celo de Jesús ¡Cuántas cosas habría que destruir! Aunque suene brutal. Siempre es preferible demoler algo a dejar que, simplemente, caiga. Entre otras cosas porque demoler implica  tener el control de la situación. Esperando a que caiga es posible que nos pille debajo, o que pille a otros. Demoler es propiciar el cambio, abrir la ventana para que pueda entrar el aire fresco y la puerta para que ni nadie se quede fuera ni nadie se quede agazapado dentro, excusándose en no poder salir para encontrarse con los otros. Demoler el Templo y reconstruirlo en tres días, período simbólico, claro. Primer día: desmantelar lo que nos protege y aísla; segundo: respirar a la intemperie y tercero: que nuestra vida, en consonancia con esa respiración, sea acción profética a nivel personal y comunitario; gesto realista que se torna simbólico al unirse al de Jesús. 

 

En tres días (Monasterio do Carmo - Lisboa, Portugal)

 

 

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