sábado, 24 de abril de 2021

SOBRE LA CERCANÍA. Domingo IV Pascua.

25/04/021

Sobre la cercanía.

Domingo IV Pascua.

Hch 4, 8-12

Sal 117, 1. 8-9. 21-23. 26. 28-29

1 Jn 3, 1-2

Jn 10, 11-18

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Se imponía a los discípulos la convicción de que el mundo no les reconocía y veía en ellos gente extraña por el hecho de hacer bien a los demás. Ayudar a un enfermo ajeno a tu círculo íntimo de amistades o deudos debía ser algo inusual. Más aún si se hacía sin perseguir beneficio alguno sino por ser bueno, por dar la vida, como él. Él es el buen pastor que está siempre al quite; protege y salva. Y no hay nadie más que pueda hacerlo. Jesús salva dando la vida y transfigurando una realidad tan terrible como la enfermedad o la propia muerte que pasan a ser experiencias tremendas, pero incapaces de apresar a nadie que no quiera dejarse apresar por ellas. No es que no duelan, ni es que no te mueras. En verdad duele y te mueres, pero eso no es lo definitivo.

Jesús entregó su vida para retomarla después. Ya sea por él mismo o por la acción de Dios, que en esto no se ponen de acuerdo las páginas del Nuevo Testamento, o tal vez fue por la conjunción de ambos, que no en vano era Dios-hombre y hombre-Dios. Jesús es salvador porque elimina el poder de la muerte sobre nosotros y deja sin efecto las garras de cualquier enfermedad. Es salvador también, de modo más cercano, porque destierra cualquier dolor, porque elimina la angustia, la necesidad y el miedo. Esto lo hace en directo, acercándose a los demás, tal como Pedro y Juan curaron al enfermo. Lo hicieron todo según se lo vieron hacer a Jesús, como si él mismo lo hiciera. Es decir, en su nombre. No hay otro nombre; no hay otra manera que no sea dar la vida voluntariamente conociendo al otro. La cercanía lo es todo.

La cercanía nos asegura que es mucho mejor refugiarse en el Señor que fiarse de los jefes, de quienes prometen y no cumplen, de quienes quieren mandar, organizar y lustrar el mundo según su imagen. Esos son lobos que no ven en los otros más que infelices de los que aprovecharse. Pero no son infelices, sino inocentes que perciben en la cercanía, pese a la inhumana extensión de la calamidad, la atención al detalle personal y descubren así una misericordia eterna; puesta al alcance de todos por este Señor bueno al que llamaban Jesús.  En ese nombre nos podemos reconocer cuando salimos al encuentro de los demás, cuando damos la vida, cuando borramos de un plumazo la muerte, la angustia, el miedo, el dolor y la necesidad. Para que otros puedan sentirse también salvados tenemos que darles a conocer este nombre, pero ya no con palabras sino en nuestra acción de hoy en día. Revelamos a Dios en nuestros actos. Lo entregamos con nuestra propia vida. Somos hijos de Dios; el Padre nos lo ha dicho. Somos depositarios y herederos de su promesa y de su amor preferencial. Estamos llamados a ser su manifestación y a reconocernos en ella. ¿Quieres ver a Dios? Sé tú Dios. Compórtate como él. Eres imagen suya; sé semejante a él. Cuando obres según Jesús obró verás a Dios en acción, tal cual es, porque Dios es acción, acto de amor, y entonces descubrirás que no es distinto de ti. Dios se hizo hombre una vez pero eso no significa que no quiera volver a hacerlo, que no espere que tú le dejes sitio, que no arda en deseos de que seamos, cada vez más, encarnación suya. De momento sólo puede hacerlo en los inocentes que andan por el mundo con su ser entero hecho espacio, ofreciéndose a ser Dios cercano para todos. 

Sobre la cercanía

 

 

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