sábado, 12 de junio de 2021

LOS FRUTOS DEL REINO. Domingo XI Ordinario.

 13/06/2021

Los frutos del Reino

Domingo XI Ordinario.

Ez 17, 22-24

Sal 91, 2-3.13-16

2 Cor 5, 6-10

Mc 4, 26-34

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Por un lado, es cierto que todos procedemos de algún sitio. Nadie aparece sin más ni es cien por cien original, aunque a todos nos guste presumir de eso. Por otro, es tan importante reconocer las raíces que nos criaron como saber enraizarse en lugares nuevos. Somos ramas arrancadas, brotes que han sido plantados en tierra extraña y estamos llamados a crecer de nuevo. Nueva tierra, nueva agua, nuevos aires… ser hogar nuevo para las aves, para quienes vuelan a la intemperie y necesitan cobijo. La fortaleza que Dios nos da está siempre al servicio de los demás y nuestra frondosidad se secará si lo olvidamos, pero teniéndolo presente, incuso nuestra peor sequedad se volverá un torrente. Esta es la perspectiva de Ezequiel cuyo nombre, precisamente, quiere decir “Dios es mi fortaleza”.

Jesús va más lejos y habla de plantas que crecen y florecen pese a que el hortelano o el jardinero sepan lo justo de los procesos biológicos. La tierra produce su fruto por sí sola, en su anónima intimidad. La más pequeña de las semillas puede generar el arbusto más grande y, de nuevo, las aves hallarán cobijo en él. No es la ciencia ni la sabiduría del ser humano la que produce el crecimiento y cualquier desarrollo será inútil si no es útil para los demás. Podemos tomar esto en clave personal, como el salmista, o comunitaria pero en ambos casos se mantienen las mismas premisas. Primero: lo que surge no está en relación directa a nuestros cálculos, ni a nuestros métodos; surge sin saber cómo. Segundo: si lo que surge es verdaderamente de Dios nunca es algo concluido; está siempre en movimiento y se muestra como una realidad acogedora para todos, con más interés en sanar que en interrogar. Supera siempre nuestras expectativas.

En línea con todo esto Pablo habla de la prisión del cuerpo no por querer evadirse de la realidad, sino porque ese cuerpo es lo conocido, aquello que sabemos cómo tratar y ya nunca sorprende. No es que el cuerpo sea ajeno al Reino, sino que un cuerpo fecundado por el Reino se abre también a todos los demás; se convierte en canal de comunicación y en lenguaje que nos hace inteligibles para cualquier idioma. Lo que surge de la confluencia entre la nueva tierra y la semilla es una respuesta nueva, contenida ya en la originalidad de la propia semilla, pero desarrollada en la química y en las circunstancias de la tierra de forma que surge algo realmente inédito cuya decisiva prueba de autenticidad es servir de hogar a las aves. En esa prueba se basa nuestra confianza que no es andar a ciegas sino ir descubriendo que la vida es el otro nombre del Reino. No todos los que dicen servir al Reino son creadores de vida: mala señal. No siempre los planes y las programaciones dejan espacio para la novedad y la sorpresa: peor. Jesús hablaba en parábolas porque el lenguaje dogmático aprisiona y coarta. Hay que hacerse entender y llegar hasta el nivel elemental en el que todos pueden verse interpelados. A veces será necesario alguna explicación particular, pero nadie puede creerse con derecho a ser intérprete único ni garante exclusivo de la oferta de vida que llamamos Reino porque no existe cuerpo, institución ni asamblea capaz de contenerlo. Florecerá siempre inesperadamente y dará fruto fuera de temporada porque es la única manera de llegar a todos.


Los frutos del Reino


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