sábado, 9 de octubre de 2021

EL REINO Y LAS RIQUEZAS. Domingo XXVIII Ordinario

 10/10/2021

El Reino y las riquezas

Domingo XXVIII T.O.

Sab 7, 7-11

Sal 89, 12-17

Heb 4, 12-13

Mc 10, 17-30

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El Reino de Dios no es un lugar ideal proyectado para el futuro; tampoco es un espacio ultramundano que nos espera como premio a nuestro comportamiento terreno. Es una construcción; una nueva manera de vivir y orientarse en la vida, en esta vida, siguiendo el criterio mismo de Dios. Es una situación en la que todos podrán disfrutar la vida que Dios ha querido para ellos, sin que necesidad alguna les distraiga de esa naturaleza: creados para ser felices. Lo que todo el mundo repite con gravedad es que este Reino ha comenzado ya pero no ha alcanzado su plenitud. Ésta sí que tendrá un cumplimiento futuro, pero ese carácter inacabado no impide que el Reino sea vivido ya con gran intensidad. El espíritu de sabiduría desciende sobre quien lo pide revelándose más precioso que el oro o cualquier joya. Con esta sabiduría llegan la prosperidad y riquezas incontables.

Sin embargo, Jesús nos señala la dificultad de los ricos de entrar en este Reino precisamente por ser incapaces de desprenderse de sus riquezas. Tengamos en cuenta que la riqueza era considerada un signo de la bendición divina; una recompensa por las buenas acciones. Jesús, sin embargo, le da la vuelta a todo. Ante la pregunta por la vida eterna del piadoso judío que no excusaba el olvido del prójimo tras la adoración a Dios y cumplía ya todos los mandamientos “sociales” de la Ley, incluido el “no estafarás” (literalmente, “no defraudarás”) que Jesús incluye por iniciativa propia, el maestro sólo puede recomendarle que diga adiós a su riqueza; a sus seguridades, a sus tradiciones, a sus vínculos con lo ya aprendido y disponerse para abrirse a lo nuevo e inesperado. Porque existen varias clases diferentes de riqueza y junto a la económica, que Jesús condena en otros lugares por ser fruto del abuso y su preservación exige la pobreza del inocente, aunque no parecía ser este el caso que nos ocupa hoy, existe también la riqueza de quien se cree ya en el camino correcto, cercano a la verdad que define la estructura bajo la que se cobija. Tenemos la habilidad de estructurarlo todo, de absorber cualquier realidad, por santa que sea y convertirla en mecanismo de opresión para los demás o para nosotros mismos que terminamos viéndonos como salvadores de los demás, por encima, por lo tanto, de todos ellos y de cualquier estructura conocida.

Pero sólo la palabra de Dios es capaz de penetrar hasta el fondo del ser humano. Dios conoce nuestra más profunda realidad y las razones de nuestro corazón. Todos tenemos riquezas que dejar de lado, fidelidades que nos exigen pleitesía o filiaciones que parecen exigirnos renuncias inexcusables. A la pregunta por la vida eterna Jesús contesta con la declaración de incompatibilidad entre las riquezas y el Reino. Abandonarlo todo parece la solución sencilla y ha sido un sacrificio esgrimido por muchos para exigir beneficios después. Se debe abandonar aquello que nos impide darnos a los demás, aunque sea bueno y loable, pues convertido en refugio priva a otros de la parte de Reino que podríamos acercarles e impide que ésa parte mía entre en contacto con la suya. Estorbo así la edificación de una obra colectiva ya iniciada. Es en el trabajo por erigir esa edificación donde recibimos el ciento por uno mientras la bondad del Señor hace prósperas nuestras obras y nos consuela en la persecución que llevan asociadas.


El Reino y las riquezas


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