sábado, 23 de octubre de 2021

LO OCULTO Y VERDADERO. Domingo XXX Ordinario.

 24/10/2021

Lo oculto y verdadero

Domingo XXX T.O.

Jer 31, 7-9

Sal 125, 1-6

Heb 5, 1-6

Mc 10, 46-52

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Está claro que no podemos interpretar la Escritura al pie de la letra. Es más que evidente el valor simbólico de muchos pasajes pero parecemos olvidar que todo ese despliegue de didáctica y catequética tiene un cimiento real. Jeremías nos lo resume en unas pocas líneas en las que, por descontado, podemos encontrar imágenes estilizadas por la esperanza pero en las que destaca una base cierta: el Señor nos ha reunido y no ha dejado fuera a nadie e incluso los ciegos y cojos, las preñadas y las paridas han llegado con todos los demás; con esta nueva multitud que sabe adaptarse al ritmo de los más lentos. Y es que no le gustan a Dios las prisas sino la unidad y el mutuo desvelarse de todos por todos. El Señor ha salvado a su pueblo y, aunque la realidad histórica del momento fuera mucho más humilde que lo que el relato expresa, fue una experiencia fundamental el hecho de que el pueblo de Israel se vio liberado del exilio y reagrupado en la tierra de sus padres. Hasta el punto de que todos los otros pueblos pudieron afirmar que el Señor había estado grande con ellos.

También tuvieron que ocurrir grandes cosas en las intervenciones de Jesús en la vida de mucha gente para que fuera presentado como un potente taumaturgo capaz de obrar los grandes prodigios que de él se cuentan. En este caso se nos da como detalle concreto el nombre de la familia del ciego (hijo de Timeo). Quienes le mandan callar le conocen bien. Es un personaje concreto, real. Y podemos sacar muchas conclusiones de su acto de levantarse y desprenderse del manto que simbolizaría su vida anterior y de su retorno a la luz que le permitió ir detrás quien le había sanado… y cualquiera de estas observaciones serán provechosas para nuestro proceso vital. En cualquier caso, lo cierto es que Jesús, ante el clamor de Bartimeo que, al reconocerle como Hijo de David, le coloca en una dimensión real: en un estado de conocimiento de la realidad con posibilidad de influir sobre ella, ajeno por completo a una confesión política de mesianidad, sólo pregunta “¿Qué puedo hacer por ti?”.

Y esta es la pregunta de Jesús para todos y la que todos nosotros deberíamos plantear a quienes encontramos. Antes de hacer nada a favor de nadie Jesús los escucha a todos y los ve a todos en su verdadero ser y necesidad, mientras que nosotros, muchas veces, sólo pretendemos aplicar recetas a unas personas que resultan ser seres únicos e irrepetibles, inmunes a los métodos de manual. Este conocimiento le viene a Jesús de su ser humano; de su comprender profundamente a quienes son como él ¿Por qué Jesús es el mediador definitivo? Porque era uno como nosotros; uno de los nuestros. Su ser sacerdote es don de Dios, que le llamó como nos llama a todos para construir una realidad nueva, para sanar necesidades reales, para ser puentes efectivos ya en este mundo y liberar y reunir a los desterrados sin dejar a nadie atrás, no para hacer promesas evasivas que remiten a realidades que decimos conocer pero de las que lo ignoramos todo excepto el amor que Dios pone en nosotros y que nos pide que convirtamos en expresión suya según el rito de Melquisedec. Por último, esa misma pregunta de Jesús podríamos hacérsela también a Dios y asumir así, para ambas orillas, la verdadera postura sacerdotal: “¿Qué quieres que haga por ti?”. Porque sólo así nos será posible ver en plenitud.   


Lo oculto y verdadero (Puente de los peregrinos - Canfranc). 


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