sábado, 27 de noviembre de 2021

DESPERTAD. Domingo I de Adviento

 28/11/2021

Despertad.

Domingo I Adviento.

Jer 33, 14-16

Sal 24, 8-10. 14

1 Ts 3, 12 – 4, 2

Lc 21, 25-28. 34-36

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Por un lado, sabemos que la Biblia es, en gran medida, el reflejo de una experiencia creyente que se extiende durante cientos de años y que se expresa narrativamente con sus propias categorías y géneros. Todo cuanto en ella se narra es cierto, pero tiene poco que ver con lo que históricamente ocurrió. Por otro lado, la ciencia nos dice que el desarrollo de cada individuo reproduce el desarrollo de su especie y, al compartir historia evolutiva, reproduce también, en gran medida, el desarrollo de la vida en su conjunto. Atrevámonos  a ser un poco científicos y afirmemos que, en el fondo, leer la Biblia es acercarse a la experiencia de un pueblo que expuso su historia colectiva como si fuese un único ser vivo y que esta identificación fue obra de quienes, fueran muchos o pocos, habían vivido ese proceso en sus propias carnes y lo compartieron con los demás. Pero, por esa ley científica, podremos decir también que ese mismo proceso puede ser también el nuestro.

Así, podemos esperar que Dios suscite en nosotros el nacimiento de un vástago que obre la justicia y el derecho en la tierra ¿Dónde sucederá esto? En nosotros mismos. El nombre  Israel significa “el que pelea con Dios” y ¿quién ha peleado con Dios más que tú y que yo? Judá terminó siendo la única tribu que se mantuvo fiel a la promesa. Quien mucho lucha con Dios termina por serle fiel cuando reconoce y acepta la promesa que Dios le hace ¿Qué promesa de Dios esperamos ver cumplida? Que Jerusalén, la ciudad de la paz, nosotros mismos, seamos sede de la justicia de Dios ¿Para qué habríamos de ser, si no, vástagos de Dios? Por eso mismo pide el salmista conocer sus caminos. En la misma línea, Pablo recuerda a los Tesalonicenses que, del mismo modo que ellos fueron amados e instruidos en el nombre del Señor Jesús son ahora llamados a hacer lo mismo entre ellos y con todos los demás.

Jesús vuelve a hablarnos hoy del Hijo del hombre. Y habla de él en vez de hablar del fin del mundo que las profecías apocalípticas parecían presagiar. Allí donde todo parece estar abocado al desastre Jesús recuerda que la cosmovisión y la promesa judías afirmaban que Dios suscitaría un descendiente de David capaz de darle la vuelta a todo: el Hijo del hombre. Cuando todo en nosotros parece desmoronarse y el sentido tan sólo se percibe como un hueco asfixiante, Dios es capaz de hacer brotar en nosotros una esperanza y una transformación radicales (radical, de raíz; no de extremismo). Para acogerla con sinceridad deberíamos dejar de luchar con Dios, aceptar su promesa y ser fieles. Dejar caer esas imágenes de Dios que nos impiden aceptar y gozar la vida, que nos hacen olvidar las carnes que nos permiten experimentarla, que nos exigen estar siempre pendientes de la norma y nos anestesian frente a  todas las tragedias que se dan en este mundo que hemos construido de espaldas a Dios ¿O acaso alguien piensa que la vida tiene poco de apocalíptica para tantos hermanos olvidados? Compartimos con los de Tesalónica la llamada a practicar el amor de Dios que hemos conocido por medio de Jesús a través de sus enviados. Él nos exhorta a estar atentos, despiertos; a dejar de lado tanta anestesia; nos pide poner en práctica su justicia con todos. Es imposible dar ni un solo paso en esta dirección sin reconocer la liberación que está llegando porque ni siquiera Dios puede liberar a quien no se sabe esclavizado por nada.


Despertad


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