sábado, 29 de enero de 2022

TODOS PROFETAS. Domingo IV Ordinario.

30/01/2022

Todos profetas.

Domingo IV Ordinario.

Jer 1, 4-5. 17-19

Sal 70, 1-4ª. 5-6ab. 15ab. 17

1 Cor 12, 31 - 13, 13

Lc 4, 21-30

Si quieres ver las lecturas, pincha aquí 

Concluimos hoy la lectura del episodio en la sinagoga de Nazaret en el que la semana pasada dejábamos a Jesús en olor de multitudes. Sin embargo, ahora todo se tuerce y le vemos en apuros, y aunque los exegetas discuten por la traducción, tomaremos el texto tal como aparece en nuestras versiones modernas, como los sencillos pueden leerlo: sus antiguos vecinos le conocen y se maravillan de sus palabras, pero Jesús adivina que su intención es que realice también en casa prodigios como los que saben que ha hecho ya en Cafarnaúm, a unos 50 kilómetros de allí. No era una distancia pequeña para la época, pero las noticias volaban anunciando que Jesús había obrado entre ellos grandes milagros. Imagínate la frustración de los nazarenos: para esa gente extraña Jesús hacía lo que se negaba a hacer aquí. Y tiene, además, el atrevimiento de recordarles que Elías y Eliseo, los grandes y legendarios profetas, sanaron, alimentaron y revivieron en territorio en extranjero, desoyendo la acuciante necesidad que tenían en el país. No sabemos muy bien si la ira se levanta contra él por su negación a contentarles, por comparase con aquellas grandes figuras, por poner por delante a los paganos o por todo ello a la vez, pero el hecho es que a punto está de terminar despeñado en un linchamiento. De la gloria al desastre en cero coma…, como se dice ahora.

Y, sin embargo, parece claro que Jesús compartía con Jeremías la convicción de haber sido elegido desde antes de la cuna y que, como el  profeta de Judea, tenía su confianza puesta en Dios. Del mismo modo, podría haber cantado las mismas palabras del salmista ¿Dónde estaba entonces el problema? Posiblemente en que aquellos nazarenos se consideraban los únicos merecedores de los verdaderos prodigios que Dios prometía para sus elegidos. Y la razón de ese mérito estaba en su convicción de cumplir lo mandado y en su pretensión de pertenecer al pueblo de la promesa, razonamiento este muy poderoso si tenemos en cuenta la historia de Galilea y el desprecio que hacia  ellos sentían “los puros” de Judea.  A Jesús, por el contrario, apoyándose en Elías y Eliseo, no parecían importarle esas cosas sino que insistía en que Dios amaba y liberaba gratuitamente… por ser Dios. Y él estaba allí para hacer realidad esa promesa divina y parece que realmente Dios estaba con él porque consigue, sin aparente intervención de nada ni nadie más, escabullirse de la turba.

Años después, Pablo lo subrayaría con su peculiar estilo: por muchas obras impresionantes que realice, no soy nada sin amor. Cuando era pequeño lo veía todo borroso, como en los turbios espejos de la época. Pero una vez que verdaderamente me uno al amor abandono las parcialidades propias de los reinos humanos: crezco; conozco como Dios mismo me conoce y no queda ya sitio para ninguna particularidad infantilizante. En ese momento, todos ingresamos en el orden de los profetas, de los que hablan y danzan desde el corazón de Dios, transmitiendo su palabra. Y fíjate que todo ese orden está llamado a desaparecer para que sólo permanezca el amor, Dios mismo, que viene gratis para todos. La confianza de la que ya hablaba Jeremías y que también Jesús comparte y la esperanza de llegar a conocer sin distorsiones como, en nuestra tradición, sólo Jesús conoció, están orientadas a esa práctica del amor, a esa identificación con Dios, que Jesús vivió en grado único. 

 

Todos profetas

 

 


 

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario