sábado, 23 de abril de 2022

APOLOGIA DE TOMÁS. Domingo II Pascua.

 24/04/2022

Apología de Tomás.

Domingo II Pascua.

Hch 5, 12-16

Sal 117, 2-4. 22-27ª

Ap 1, 9-11a. 1-13. 17-19

Jn 20, 19-31

Si quieres ver las lecturas, pincha aquí.

El buen Tomás ha cargado durante siglos con la fama de ser un incrédulo. Releyendo hoy este pasaje entiendo que era un hombre, por un lado, razonable y, por otro, decepcionado. Decepcionado porque todo el camino iniciado por Jesús había venido a terminar en nada. Y ese camino que a él, como a tantos amigos había cautivado, hablaba, sobre todo, de devolver la dignidad a todos los desposeídos y de un Dios que, rescatado de la rigidez del templo y del rigorismo de la tradición, volvía a ser la realidad amorosa atenta a todos, que había liberado a los esclavos del poder del faraón. Pero ahora Jesús había muerto como un maldito mientras Dios volvía a guardar silencio. ¿Cómo mantener todavía tantos sueños y esperanzas? De hecho, ni siquiera estaba reunido con sus compañeros de aventura. Ni buscaba ya el consuelo de su compañía ni veía razones para ofrecerles el suyo a ellos. Todo seguía igual y los olvidados seguían lejos del corazón de los afortunados y él que en este día tan sólo podía ver un mundo herido y traspasado no podía sostener ya la esperanza de que todo el mal y el sufrimiento fuesen a ser definitivamente superados.

Si repasamos las apariciones de Tomás veremos que fue el único que, tras la resurrección de Lázaro y frente a los miedos de los demás, se ofreció a morir con Jesús en Jerusalén y fue también el único que, en la cena definitiva, admitió, contrariamente al irreflexivo Pedro y al mutismo de los demás, no saber a dónde iba Jesús y cómo poder seguirle. Era práctico, era realista, era sincero… Tomás, que había visto a Jesús vencer a la muerte en numerosos prodigios esperaba que su triunfo restaurase la vida de los pobres y sencillos, aquellos de los que Jesús había estado siempre cerca. Se había perdido con el nuevo rumbo que tomaban las cosas y, finalmente, había desesperado frente a la muerte infame de Jesús, el inocente. Sin embargo, esos antiguos compañeros dicen ahora que Jesús está vivo. Pero vivo ¿Cómo? ¿Cómo un espíritu? ¿Dejando a todo el mundo sumido en el caos tal como fue en el principio? ¿No se había credo nada nuevo, después de todo?

Tomás cree porque ve las heridas transfiguradas y comprende que las de Jesús son sólo las primeras y el “modelo”, la promesa, para todas las demás. Tomás ve a Dios actuando en favor de Jesús y, por ende, en el de todos los demás. A nosotros nos toca creer sin poder ver el mundo sanado más allá de pequeñas porciones aquí o allá, siempre que estemos atentos y no nos extraviemos buscando espectacularidades. Dios es sencillo. Jesús es el Viviente; el ser humano que fue ha alcanzado una plenitud en la que es por los cuatro costados. Fue, es y será y esto no significa que vaya a ser siempre lo que fue o lo que ahora es. Tampoco sabemos lo que será, pero mientras llega esa omega vivimos en el destierro de Patmos, aceptando que el mundo no nos deje pasar del pórtico de Salomón, donde se busca a Dios con simplicidad de corazón, donde esperamos y procuramos que se produzca en nosotros la misma transformación que se produjo en Jesús, en Tomás y en el mismo Pedro, cuya sombra sanaba cualquier herida.  Es ahí y así donde se puede ver al Señor a ciencia cierta y reconocerlo como Dios y es ahí y así donde podremos cantar, como el salmista, la bondad y la misericordia que cuenta con nosotros para no dejar atrás ninguna herida y transformar todo mal en vida.


Apología de Tomás. La incredulidad de Sto. Tomás. Caravaggio (1602).


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