sábado, 9 de abril de 2022

DOMINGO DE RAMOS

10/04/2022

Domingo de Ramos

Lc 19, 28-40

Is 50, 4-17

Sal 21, 2a. 8-9. 17-18a. 19-20. 23-24

Flp 2, 6-11

Lc 22, 14 – 23, 56

Si quieres ver la lecturas, pincha aquí.

En nuestra estructura litúrgica recordamos hoy la entrada de Jesús en Jerusalén acogido por la multitud que lo recibe cantando Hosannas y Aleluyas. Hosanna deriva del arameo y es una petición de ayuda: “socorro” o “sálvanos” que en el Nuevo Testamento adquiere la forma de grito de júbilo al ir acompañado del reconocimiento de Jesús como salvador. Grito de júbilo es también Aleluya que procede del hebreo y viene a significar “alabad a Dios”. El pueblo clama pidiendo socorro y reconoce a Jesús como enviado de Dios. Ya hemos hablado aquí otras veces sobre el clamor de la sangre de Abel y el clamor de los israelitas en Egipto. Dios siempre responde al clamor; ya sea del pueblo o del inocente. El inocente no es sólo aquél que no hace daño, sino que es, sobretodo, quien sufre sin culpa transformándose en víctima necesaria (colateral la llaman ahora) para mantener el orden. El enviado de Dios surge del pueblo y se hace acreedor de tal reconocimiento sin dañar a nadie y practicando el bien para todos. Va a demostrar ser también víctima inocente y en ese momento el pueblo le retirará su favor. Es fácil reconocer a Dios cuando se acerca según lo esperamos pero se nos hace más difícil identificarlo cuando su actuación nos desconcierta. Jesús entra en Jerusalén y entra también en cada uno de nosotros. Es fácil franquearle el acceso cuando se acomoda a nuestras expectativas pero todo se complica cuando nos propone la desposesión como camino.   

Estamos en el pórtico de la Semana Santa y la vemos toda como quien mira en un plano el trazado de la ruta a recorrer. Para no quedarnos en ese nivel superficial de quien ya lo sabe todo será necesaria la aventura interior: confiar en el Padre y zambullirse en la búsqueda de aquello nuevo que no llegará sin abrir el oído y aceptar que la palabras que nuestra lengua de iniciados dirijan al abatido puedan acarrearnos golpes y salivazos. Humillar nuestras pretensiones y aceptar que Dios nos dirija por otro camino es introducirnos en nosotros mismos y en el misterio del mal del mundo, que no son, por supuesto, la misma cosa, pero se nos van revelando a la par. Mientras vayamos renunciando a nuestras ideas preconcebidas y nos pongamos en manos de Dios podremos plantarle cara al mal sin sucumbir ante él, de forma creativa y fecunda; en cuanto nos acomodemos y busquemos razones para justificarnos, el mal se nos ocultará y dejaremos de ser profetas para ser cómplices. Aceptarnos y aceptar el mal no es admitir sin más ambas realidades sino hacerse consciente de ellas y afrontarlas tal como Dios mismo lo hace, saliendo de sí para originar toda la realidad y, al hacerse humano en Jesús, no reteniendo su ser Dios, sino cediéndolo plenamente para que Jesús, verdadero hombre, pueda actuar como verdadero Dios desapegándose, humillándose, y exponiéndose sin reservarse nada. La resurrección que se nos dibuja como promesa final pasa por que consintamos en la cesión de todo aquello que consideramos nuestro e irrenunciable en vistas a construir la nueva Jerusalén, la Ciudad de la Paz, en la que pueda darse la unión verdadera entre el ser humano y Dios y entre todos los seres humanos entre sí. La antigua ciudad es aquella que no acoge la verdad desnuda del inocente condenado, la nueva es la que se construye a partir de esa verdad reconocida como tal.  


Domingo de Ramos.

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