sábado, 6 de agosto de 2022

NO HAY TRES SIN DOS. Domingo XIX Ordinario.

 07/08/2022

No hay tres sin dos

Domingo XIX T.O.

Sb 18, 6-9

Sal 32, 1. 12. 18-20. 22

Hb 11, 1-2. 8-19

Lc 12, 32-48

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Según el libro de la Sabiduría la esperanza aporta unidad e identidad. Los fieles comparten los mismos bienes y peligros y cantan las alabanzas de los antepasados. Por ella nos reconocemos y en ella nos agrupamos en una misma tradición. Ni nos ancla en un pasado tan idealizado como tramposo ni nos proyecta hacia un futuro tan irrealizable que se reserve para tiempos y geografías ultramundanas, sino que nos hace vivir ya aquí de forma diferente a todos los demás. Es precisamente aquí donde nos son útiles modelos como los de Sara y Abraham que confiaron plenamente en Dios y enseñaron a sus hijos a tener esa misma confianza y por ella no desesperaron de una promesa cuyo cumplimiento siempre se aplazaba hasta un horizonte que parecía cada vez más lejano.

Esa tradición que nos hace diferentes ha cristalizado en la realidad que llamamos Reino y que Dios ha puesto ya en nuestras manos, por pequeños que seamos. Somos el pueblo heredad del Señor no por sangre ni por rituales, sino por la esperanza que depositamos en él y por el confiado actuar que esa esperanza nos inspira. A la confianza la llamamos fe, que fundamenta la esperanza, tal como ésta la cimenta a ella.

Jesús nos habla hoy de estar atentos para no dejar que la costumbre se nos apodere y olvidemos la novedad que el Reino viene a sembrar en nuestras vidas. En esa novedad es el amo el que sirve a los sirvientes y la espera definitiva tiene por objeto al hijo del hombre; a un personaje concreto, pero también a la verdad interior que habita en todos nosotros. No somos meros espectadores. Se nos invita a ir dando vida al Reino, a encarnarlo de forma audaz, sin esperar a recibir indicaciones. Bienaventurado el siervo a quien su Señor encuentre alimentando ya a los demás sin que él tenga que señalárselo. De sobra sabemos lo que el Señor quiere de nosotros. No hace falta que esté siempre recordándonoslo, ni que nos dé instrucciones para cada vez. Realicemos lo que le agrada con la confianza de Sara y Abraham. No nos atemos a nuestras obras como si fuesen riquezas que nos consiguiesen méritos sino pongámoslas en las manos de Dios. No nos dejemos engañar por el ambiente que se acomoda a lo que hay como si todo estuviese bien así, como si nada tuviera alternativa, como si el Señor que habita en nuestro corazón no hubiese de volver nunca a emerger entre el mar de nuestra cotidianidad en cuanto tenga ocasión o encuentre resquicio. En estos tiempos se aquilatan trabajos y medallas y los vamos amontonando como resguardo canjeable por futuras recompensas y consideración. No parecemos muy conscientes de que todo eso va ocupando espacio precisamente en nuestro corazón, que poco a poco se nos llena y va pasando así de tálamo a trastero. Se nos ha dado mucho; parece normal que se nos pida en la misma proporción. No somos como aquellos que no han percibido aún el amor de Dios en sus vidas. Nosotros sí lo hemos conocido; podríamos hacer un inventario con todos esos dones ¿Cómo esperar que sean todos de uso privado, que sean riqueza exclusiva que nos coloque por encima de los demás? Es justo al contrario. Toda la fe y la esperanza que hemos recibido nos han sido dadas para ser entregadas y compartidas con todos. Eso es el amor que nos mantiene siempre alertas. Si este no se da, las otras dos no eran ciertas.


James C. Christensen (1942-2017) Fe, Esperanza y Caridad


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