sábado, 22 de octubre de 2022

EL CLAMOR. Domingo XXX Ordinario

 23/10/2022

El clamor

Domingo XXX T.O.

Si 35, 12-14. 16-18

Sal 33, 2-3. 17-19. 23

2Tm 4, 6-8. 16-18

Lc 18, 9-14

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Israel entra en la historia de la mano de un Dios particular, que tomándolos bajo su protección los convierte en un pueblo liberado. El Señor reparó en ellos y les concedió la libertad. La elección explicaba este favor gratuito. Aquél pueblo salvado de la esclavitud había sido ya elegido en la persona de su precursor: Abraham, el padre de una multitud. Así, no resultaba extraño que Dios se ocupase de ellos. Pero era un Dios diferente a los otros; estaba atento a la necesidad de los débiles. La tradición bíblica afirma que el clamor de los inocentes, de la sangre, asciende hasta él quien lo escucha y desciende para actuar en favor del ser humano que clama. Así nos lo confirma nuestra primera lectura de hoy que en la que vemos a la oración del humilde atravesar las nubes. Ni el oprimido, ni el huérfano, ni la viuda quedan desatendidos. El mismo mensaje nos transmite el salmista. Que los humildes se alegren porque el Señor está cerca de ellos, se enfrenta a los malhechores y libra a los atribulados de sus angustias.

El fariseo y el publicano de la parábola claman desde diferentes puntos de vista. El fariseo lo hace desde la posición de quien piensa que Dios debe amarle no solo porque él cumple los mandamientos, sino también porque no es como esos otros malvados. Y por esto da gracias; él está en el buen camino porque, de alguna manera, Dios le ha colocado allí. Dios, que es justo premiaba en vida las buenas acciones de los hombres buenos. Era la lógica tradicional. El publicano, en cambio, se acercaba a Dios como aquél que está convencido de que es amado aunque peque. Él clama pidiendo perdón pero no exhibe sus méritos porque deben ser ya conocidos por Dios, pese a que en la lógica del momento carezcan de fundamento: qué importa que hagas algo bien si eres un pecador, un traidor a tu pueblo, el elegido por Dios. Posiblemente, ni el uno era tan bueno ni el otro tan malo pero el ecosistema socio-religioso del momento no admitía reconciliación posible. Sin embargo, del fariseo afirma Jesús que no sería escuchado y del publicano que sí. Este segundo había interiorizado su situación y clamaba desde sus entrañas pues en su intimidad sabía que Dios era bueno. El primero, en cambio, vivía su vida desde fuera; había blanqueado su fachada y no llegaba a descubrir en el publicano el testimonio del Dios misericordioso que él le presentaba.

La esperanza del publicano es la misma que hizo clamar a los primeros israelitas en Egipto; la del salmista; la que han poseído siempre los pobres de Yahweh, que confían en él pese a cualquier circunstancia y la que se nos presenta en la carta a Timoteo: pese a que nadie estuvo a mi lado, el Señor me dio fuerzas; he proclamado a todas las naciones el mensaje de que Dios es misericordioso y he mantenido la fe. La tan aireada justicia de Dios exige de nosotros que detengamos nuestro caminar y que hagamos de la realidad un templo en el que podamos dar amor a quienes no lo reciben; que comulguemos con “los malos” que claman, con los no cumplidores. Dios quiere justicia, ciertamente, que todos sean amados como nosotros mismos lo hemos sido por él; que todos sepan, por nosotros, que su falta no es barrera para el amor que él les envía con nosotros. El Dios verdadero solo es perceptible en ese encuentro.


El clamor




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