sábado, 1 de octubre de 2022

GENTE EXTRAÑA. Domingo XXVII Ordinario.

 02/10/2022

Gente extraña.

Domingo XXVII T.O.

Hab 1, 2-3; 2, 2-4

Sal 94, 1-2. 6-9

1 Tm 1, 6-8. 13-14

Lc 17, 5-10

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Ya decíamos la semana pasada que lo sencillo se nos hace insuficiente. Todo lo que sea espectacular nos llama poderosamente la atención. Por eso nos fijamos mucho más en la posibilidad de que un árbol se enraíce en el mar que en cualquier otra cosa. Eso sí que sería digno de verse. Sin embargo, que cualquier siervo cumpla con su función sin esperar privilegio alguno a cambio, no tiene nada de espectacular. Nadie es felicitado por cumplir con su obligación. Por eso, subrayamos el valor de la fe como aquella virtud que nos capacita para lo imposible y, al hacérsenos tal imposibilidad inalcanzable, concluimos que no tenemos fe o que no tenemos la suficiente.

La lectura del profeta Habacuc nos revela que la fe tiene más que ver con la confianza que con ninguna otra cosa; que lo extraordinario está en mantener la convicción de que Dios intervendrá a favor de su pueblo incluso en las peores condiciones. Actualizando su mensaje tendríamos que pensar en un escenario tan espeluznante como fue la shoa, el tristemente célebre holocausto dirigido contra el pueblo judío que afectó también a otras minorías. Incluso en aquel escenario hubo quien fue capaz de encontrar a Dios en la solidaridad que los prisioneros vivían entre sí. Y ese rasgo de humanidad fue visto por unos cuantos como señal evidente de la presencia de Dios en medio de horror que el hombre puede crear. Fue posible seguir creyendo en Dios en medio de esa espeluznante realidad porque Dios mismo se hizo presente en ella. Lo mismo puede decirse al hablar del sufrimiento que las guerras, las reconocidas y las que no, siguen provocando en nuestros días o de cualquier situación de abandono, humillación o explotación. Esta confianza es la que testimonia el salmista que no pone a prueba a Dios, sino que lo reconoce en la adversidad; presente siempre entre los que sufren.

El don de Dios que Timoteo recibió por la imposición de las manos bien podría ser esta capacidad de mantener la fe de otros en la adversidad, porque no tenemos un espíritu de cobardía, sino de coraje, que nos impulsa a tomar parte en los padecimientos propios y ajenos guiados por la fuerza misma de Dios. Los siervos inútiles de los que habla Jesús son aquellos que han puesto a disposición de los demás la fuerza, entereza, decisión y energía que reciben del propio Dios. Sin ella no podrían hacer nada; gracias a ella son capaces de sostener la fe de muchos y servir de ánimo a quienes solo se sienten paralizados por el sufrimiento, ya sea propio o ajeno. En la profundidad de la tragedia más espeluznante es posible encontrar a Dios en la entrega de quienes lo sienten siempre cercano y saben que es precisamente entonces y allí donde deben hacerle presente. Ellos son la morera que se planta el mar. Son gente extraña que no tienta a Dios, sino que crea un rio de dignidad y testimonia que allí donde parecería imposible que se diese la vida esta sigue dando fruto y todo tiene un sentido final. Son quienes al volver de faenar se ciñen para servir al Señor presente en los sufrientes sin esperar recompensa alguna porque saben que glorificar a Dios es reconocerle en los demás como el mismo Señor que mora también en ellos. El depósito estanco de la fe se convierte así en una corriente que pone en claro el encuentro de todos los vivientes en Dios.


Gente extraña


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