sábado, 8 de octubre de 2022

¡SALVEMOS! Domingo XXVIII Ordinario

 09/10/2022

¡Salvemos!

Domingo XXVIII T.O.

2 R 5, 14-17

Sal 97, 1-4

2 Tm 2, 8-13

Lc 7, 11-19

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Aquellos diez leprosos se pusieron en camino por confianza en las palabras de Jesús. Creyeron, a su modo, pues obedecieron lo que el maestro les decía. Ir a ver a los sacerdotes estando enfermos o bien requería valor o bien exigía tener la completa seguridad de que ya se habían curado y podrían ser declarados puros. La confianza en Jesús que estos diez hombres demostraron no fue pequeña y eso les valió la sanación. Pero nueve de ellos, aferrados a su propia cosmovisión, pendientes de su tradicional versión de Dios, no pudieron ver en Jesús más que a un maestro. Tan solo uno fue capaz de descubrir que el restablecimiento de su salud fue obra de Dios y le reconoció en Jesús. Lucas puntualiza: era samaritano. Y esta es la segunda vez que Lucas coloca a los samaritanos, los peor considerados de todos los impuros extranjeros, como ejemplo para los demás. Solo quien renuncia a su estereotipada visión, renunciando así a la costumbre y a la obra de una liturgia vacía de una espiritualidad estéril, es capaz de descubrir a Dios revelándose de forma activa y liberadora. Diez creyeron pero solo uno reconoció y agradeció y fue ese extranjero quien se postró a los pies de Jesús, se puso a su disposición, cambió su perspectiva y, con ella, es de esperar, toda su vida. Ese fue el salvado. El que, liberándose del peso de su costumbre, fue capaz de reconocer a Dios actuando en Jesús.

También Naamán, otro extranjero, creyó en Eliseo como hombre de Dios y comprendió que ese tenía que ser el Dios verdadero. El profeta, sin embargo, no quiso aceptar nada por haberle curado. La acción de Dios es tan gratuita como él mismo. Por eso Naamán pide llevarse tierra a su país. El tiene ya la cabeza, el corazón y los pies en otro sitio. Por eso podemos suponer que sobre esa tierra se colocará para rezar al Dios sanador; se descalzará y se postrará hasta que su cabeza toque la tierra sagrada para no olvidar a quién le debe la vida. Y esto aunque siga acompañando a su rey en sus cultos idólatras. La alabanza a los ídolos es tan vacía como ellos mismos, por eso Eliseo lo disculpa en los versículos siguientes a nuestra lectura. La verdadera alabanza es la que conduce a la vida. Así nos lo expresa el salmista y así lo constata también la carta a Timoteo: “Acuérdate de Jesucristo, resucitado de entre los muertos…”

A diferencia de Eliseo, el autor de la epístola recomienda un culto sincero también en la exterioridad. La mentalidad ha cambiado; no así la verdad que subyace: solo el culto que lleva a la vida es el verdadero y a Dios se le reconoce en esa vida nueva. El samaritano y el sirio Naamán, en cierto modo, resucitaron; cambiaron su perspectiva, encontraron un sentido nuevo para sus vidas. Posiblemente su condición de extranjeros les ayudó en esto. Les hizo comprender que no todo está ya dicho en su propia tradición, que Dios es incontenible y que no se le puede apresar en objetos ni prácticas. Morir a ese convencimiento es vivir con él y perseverar en la vida nueva que nos entrega es reinar con él. Negarle, en cambio, mantenerse en el culto vacío aún viendo los prodigios que vieron aquellos nueve, no nos colocará en el lado de la vida. Sin embargo y pese a todo, él se mantendrá siempre fiel porque no puede negarse a sí mismo. Generemos vida a nuestro alrededor para que, como Eliseo, mostremos la gratuidad de Dios. Esa será una buena reforma en esta cacareada crisis: acojamos, sanemos, impliquémonos en las luchas por la justicia, liberemos… salvemos.


¡Salvemos!
Bill Hoover, Diez leprosos (2013)


Para Miguel y familia, un fuerte abrazo.

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