sábado, 21 de enero de 2023

NUEVAS REDES. Domingo III Ordinario

22/01/2023

Nuevas redes.

Domingo III T.O.

Is 8, 23b – 9,3

Sal 26, 1. 4. 13-14

1 Cor 1, 10 - 13. 17

Mt 4, 12-23 

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 Vamos comenzando la vida pública de Jesús y, según nos la cuenta Mateo, vemos que, ya desde el principio, Jesús plantea dos de los ejes principales de su predicación. La necesidad de convertirse y la cercanía del Reino de los Cielos. Esa necesidad de un cambio de vida surge como reacción frente al descubrimiento de la luz que ha iluminado la realidad de un pueblo que caminaba en tinieblas. Jesús es esa luz pronosticada ya en los escritos del profeta pero, como buena iluminación, no solo hace palpable lo inmediato sino que anuncia la irrupción de una nueva realidad a la que, precisamente, identifica con el Reino de los Cielos. Este Reino no es un lugar, sino más bien un estado, una situación en la que el yugo de cualquier opresor es quebrantado. Según Isaías, es el mismo Dios quien procura tal condición. Mateo guarda silencio sobre el particular pero cualquiera que conociese la profecía podría atar cabos con facilidad al leer, u oír, su presentación. Esta parece ser la razón por la que aquellos pescadores se deciden a seguir a Jesús. Ellos, que le han visto recorrer la región enseñando en las sinagogas y proclamando la cercanía del Reino a la vez que sanaba toda dolencia y enfermedad en el pueblo, le han identificado como la luz que pone al descubierto cualquier circunstancia inhumana y llama a una transformación integral de las condiciones de vida. Han identificado a Jesús con esa luz en la que el salmista confía. Le han identificado como enviado de Dios mismo.

A su lado, la presencia de cualquier otro, carece de sentido. Ni Pablo, ni Apolo, ni Cefas pueden atribuirse protagonismo alguno en este proceso. Solo Cristo es capaz de garantizar la unidad que esa nueva realidad requiere. Ni siquiera el Bautista tiene ya papel alguno que representar. Por eso, cuando Jesús se entera de que ha sido encarcelado, comprende que es su momento. Hasta esa tierra galilea ha llegado finalmente la luz esperada, pero no de la forma que se la esperaba. Dios siempre sorprende. En ocasiones es difícil reconocerle, pero ser testigo de su acción liberadora es la mejor prueba de su proximidad. En ese momento se pide dejar de lado cualquier otro guía.

La primera liberación es la de quien reconoce al libertador y decide seguirle. No garantiza este primer momento que después no vaya a haber dificultades y tropiezos, pero sitúa ya en un camino personal que nunca antes ha sido hollado. Dios nos acompaña en ese camino sin suplantarnos; se presenta en forma de luz, de criterio que nos hace ver el mundo y a nosotros mismos de forma diferente. Esa nueva comprensión nos pide dejar de lado cualquier idolatría, ya sea que se entienda como intento de imposición de las propias devociones personificadas en la figura de un maestro deslumbrante o como engañoso protagonismo personal. No queda ya espacio para ninguna parcialidad pues tan solo la unidad es capaz de dar sentido a la nueva realidad que despunta y esa unidad se fundamenta en lo esencial y lo esencial se cifra en la respuesta a la universal vocación de liberar a los gentiles de cualquier yugo. Responder a esa vocación nos coloca en nuestro lugar; nos devuelve la dignidad que servilmente habíamos perdido al enredarnos con cualquier ídolo. Esas redes ya no nos sirven. Hay que crear otras en las que todos tengan sitio. Nuevas redes que no sean ya un cepo para nadie, sino un lugar de encuentro, liberación y crecimiento para todos. 

 

Nuevas redes

 

 

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