sábado, 14 de enero de 2023

HIJOS COMO ÉL. Domingo II Ordinario

 15/01/2023

Hijos como él

Domingo II Ordinario

Is 49, 3.5-6

Sal 39, 2. 4ab. 7-10

1 Cor 1, 1-3

Jn 1, 29-34

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Isaías afirma que el propio siervo entiende que su papel está dedicado a Israel. Sin embargo, Dios mismo le dice que tal limitación no encaja en sus planes: no es suficiente. Por eso va a hacer de él luz para todas las naciones. Es una clara muestra de universalismo que trasciende las fronteras que tanto nos ha gustado siempre levantar. El siervo, ascendido a luz universal, acepta su misión y se mantiene así fiel a su vocación inicial; disponible a la voluntad de Dios. Esa misma es la expresión del salmista. Y esa misma comprensión es la que tuvo Jesús de sí mismo. Pero esta comprensión no surge de la nada ni florece espontáneamente. Según el testimonio evangélico, Jesús fue el primero en ponerse a la cola con todos los demás. Él también buscó cómo dar respuesta a la realidad divina que descubría en su interior y en el bautismo de Juan recibió la concreción final de su vocación. Tú eres mi hijo amado.

A partir de ese momento se mostró completamente disponible a la inspiración del Espíritu. La imagen de la paloma descendiendo sobre Jesús es una metáfora para explicar la percepción de Juan que en los sinópticos recibe del mismo Jesús el mensaje de que los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son sanados y a los pobres se les predica la Buena Noticia. Juan es testigo de que ha irrumpido quien reordena el mundo según los criterios de Dios. Él es quien no conocía antes, pero se muestra como portador del Espíritu. Esa es la prueba irrefutable. Él es el Santo definitivo que lleva a todos al ejercicio de la santidad. Santos son los que se ejercitan en la santidad, aunque no sean, ni de lejos, perfectos. Son quienes, como dice Pablo, invocan el nombre de Jesús el Cristo y, como él, sanan y liberan, devuelven la vista y el oído y se acercan a los oprimidos y a los sencillos que viven en permanente búsqueda. Jesús nos abre la puerta definitiva; seremos santos, hijos de Dios, si, como él, no nos cerramos a la búsqueda permanente en y con los otros.

Jesús es el cordero que quita el pecado del mundo. Y, pese a todo, sigue siendo palpable entre nosotros la presencia del mal organizado y propagado mediante estructuras que soportan la injusticia y la insolidaridad. Jesús nos ha mostrado que la naturaleza humana es esencialmente bondadosa, imagen y semejanza de su criador, pero subsiste la libertad de cada persona para organizar su vida atendiendo exclusivamente a sí mismo o a los demás. En el primer caso se estarán consolidando esas estructuras malignas. Pecado es la cerrazón en la costumbre y la no atención al clamor de tantos hombres y mujeres de diferentes edades y en diferentes situaciones; acoger a quien no pueda devolvernos la caridad; no estar atento a las nuevas formas en las que el Espíritu intenta manifestarse hoy; esconderse y no hacerse tan disponible para todos como el propio Jesús, que puso su vida al servicio y a merced de cualquiera; ultrajar la integridad de la naturaleza, madre y responsabilidad nuestra; abandonar la búsqueda y rendirse a la resignación; alentar exclusivismos personales, tribales y nacionales que solo pueden defenderse con las armas; rendirse a cualquiera de estos ídolos buscando el propio beneficio... Si, en cambio, optamos por vivir hacia los demás, estaremos en sintonía con Jesús y la santidad que propone Jesús, el Hijo de Dios guiado por el Espíritu. Seremos hijos movidos por el Espíritu. Y ya dijo el profeta: hijo es mucho más que siervo.


Hijos como él


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