sábado, 4 de febrero de 2023

SABOR Y SABIDURÍA. Domingo V Ordinario.

 05/02/2023

Sabor y sabiduría

Domingo V T.O.

Is 58, 7-10

Sal 111, 4-8a. 9

1 Cor 2, 1-5

Mt 5, 13-16

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La sal está directamente relacionada con el sabor; con esa chispa que podemos identificar con el sentido; con encontrarle valor a la vida. La sal también es un buen conservante. No se trata simplemente de preservar el mundo, y no es que eso sea poco, sino de proteger al ser humano con él. Cuidar de esta tierra y de sus habitantes y proporcionarles, especialmente a quienes más dificultades tienen para encontrarlo, un sentido, una razón para no desesperarse y rendirse. La luz está directamente relacionada con la percepción, con el conocimiento, con la sabiduría. Se conoce el mundo según la luz con que lo alumbres. Aquí hablamos de la luz de Dios. Ver al mundo y a cada persona con los ojos de Dios, no según nuestros propios criterios. Isaías nos dice que esa luz surge al procurar el bien de los hambrientos, los sin techo y los desnudos; al alejar de nosotros la calumnia y la opresión y saciar el alma afligida. Entonces, seremos luz para el mundo y el Señor sanará nuestras heridas y se pondrá de nuestro lado. El salmista insiste en la misma idea y Jesús retoma la relación entre las obras y la luz y, por descontado, con la sal ¿cómo entender si no esa referencia a la sal que pierde su capacidad?

Y perder esa capacidad no es solo quedarse sosa; es sobre todo una renuncia a la propia naturaleza y vocación. Estamos llamados a ser luz y sal; a proporcionar sentido y seguridad y esto solo es posible disolviéndose, como la sal, o desapareciendo como la luz, que lo ilumina todo pero es, ella misma, imperceptible. A esto debe referirse Pablo cuando habla de su sabiduría no humana. Él no se presentó con la arrogancia de los sabios mundanos, sino con la sabiduría de Dios; con Jesucristo crucificado como bandera, dice él. Esto habrá de resultar incomprensible para quien no tenga fe. Fe es confiar en que aquel que está dando sentido a tu vida te sostendrá llegado el momento decisivo y no te dejará hundirte en el vacío. Ese es el poder que, llegada su hora, Dios demostró en Jesús. Hasta llegar a ese momento crucial, Jesús fue, poco a poco, experimentando esa seguridad… la humanidad de hoy puede experimentarla según nuestras obras; según nuestro ser sal y luz.

La fe es un don. Pero no uno que unos reciben arbitrariamente y otro no. Nos lo transmitimos unos a otros. Si intentamos acapararlo pierde su sentido y los perjudicados son todos los demás, pero también nosotros, que nos quedamos sin presenciar el gran milagro que Dios puede hacer a través nuestro. Eso es ya un escollo a nuestra propia fe: nos vemos incapaces, cuando tan solo somos miedosos. Seamos osados y audaces, como Jesús. Dios se hizo un ser humano y llegó a ser divinamente, perfectamente, hombre. La humanidad lleva en sí misma la semilla de la redención y ya solo por eso no pasaría nada si cualquier día desapareciesen las religiones; ser perfectamente hombre o mujer es la actualización de cualquier precepto religioso. Pero esa misma humanidad debe poder zafarse de cualquier sombra de egoísmo que su fragilidad pueda alentar, por eso aún le son necesarias la luz y la sal. Siguen siendo precisas la luz que nuestras buenas obras pueda proyectar sobre el mundo y el sentido que podamos hacer saborear, en especial, a aquellos de los que ya nos hablaba Isaías y que fueron los amigos y compañeros de Jesús.


Sabor y sabiduría


Para las hermanillas y hermanillos del grupo del martes que nos juntamos los viernes. 

Allí surgió el germen de esta reflexión y de otras muchas.

Un abrazo y muchas gracias. 

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