sábado, 18 de marzo de 2023

LA FE; LA CONFIANZA. Domingo IV Cuaresma

19/03/2023

La fe; la confianza.

Domingo IV Cuaresma.

Sam 16, 1b. 6-7. 10-13a

Sal 22, 1-3a. 3b-4. 5. 6

Ef  5, 8-14

Jn 9, 1. 6-9. 13-17. 34-38

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Vivimos inmersos en sociedades que tienen su propia inercia. No siempre están claros los mecanismos que las hacen desarrollarse pero, querámoslo o no, estamos inmersos en ese bullicio incesante. Esa implicación puede hacernos desatender a los detalles. Necesitaríamos cierta distancia para que nos chocasen muchas cosas que damos como normales. Se impone un cambio de perspectiva; un nuevo enfoque, una iluminación diferente. Esta transformación no surge de la nada. Se necesita una experiencia impactante. Un viaje o una inmersión cultural puede proporcionar esa experiencia, pero también puede surgir al presenciar, o incluso “sufrir” un hecho asombroso e inesperado. Esta es la experiencia del ciego del que nos habla hoy el evangelio. De pronto, ve. A partir de ese momento, se da cuenta de que el mundo no es como él lo experimentaba. Comprende que Dios no le odia, ni le maldice por nada. Por eso, puede decir: “soy yo”; se afirma como ser humano, sujeto con dignidad, derechos y deberes. Con sencillez, cuenta, a quien le pregunta su propia experiencia: “Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo”; da lo que tiene. De quien le ha devuelto la vista afirma que es “un profeta” porque le ha revelado el corazón de Dios, que no es como le habían dicho y, finalmente, afirma creer en el Hijo del Hombre porque, como algunos habían intuido ya, quien obra así no puede venir más que de Dios, por muy extraño o contradictorio que pueda parecer.

También fue extraño para la sociedad de su época, pero acorde al dinamismo divino, que Samuel ungiese al hermano menor, pero tanto el profeta como el ciego caminan ya lejos de las tinieblas. Han despertado y la nueva luz que les guía les hace ponerlo todo al descubierto, para reconocer a Dios en la bondad, en la justicia y en la verdad y dejar atrás cualquier otra cosa; cualquier otra ley. Esta confianza en quien te ha salvado se llama fe y pone en cuestión todo lo conocido hasta el momento. El don de Dios es su íntima cercanía a cada uno. Atreverse a poner en cuestión todo lo conocido es la respuesta de cada uno; porque la duda es la puerta de la fe. Quien dice tener fe y no percibe necesidad de discutirlo todo, de cambiar, de transfigurarse él mismo y a la realidad que le circunda no ha experimentado aún esa proximidad. Vive aún en la aceptación del ciego: soy así, el mundo es así, porque Dios lo quiere.

En nuestro camino a la Pascua se nos ofrece la posibilidad de dejarnos alcanzar por la mundanidad del barro y la saliva para después sumergirnos en el enviado (Siloé), en el Hijo del Hombre. Y es también una invitación a hacer lo mismo con otros; a embadurnar sus ojos para llevarles hasta la piscina. Liberarnos es liberar, y viceversa. Confiar es enseñar a otros a confiar y su confianza acompaña también la nuestra. La fe surge desde la experiencia personal: “soy yo”, pero se alimenta en la comunidad que edifica casas redondas donde no hay rincones sombríos que amparen resignaciones, sino que se abre a los verdes pastos  de los que habla el salmista. Hay que ir empezando a buscar por donde darle la vuelta al mundo para que la Pascua nos encuentre trabajando ya en ese giro. Que la inspiración te encuentre trabajando, dicen los artistas, porque si no, pasará de largo. Tengamos fe; confiemos; cuestionemos; denunciemos; cambiemos… poco a poco, pero sin dejarlo pasar, que el amanecer va llegando.  


La fe; la confianza


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