sábado, 25 de marzo de 2023

NUESTRO SER DEFINITIVO. Domingo V Cuaresma

 26/03/2023

Nuestro Ser definitivo.

Domingo V Cuaresma.

Ez 37, 12-14

Sal 129, 1-8

Rm 8, 8-11

Jn 11, 3-7. 17. 20-27. 33b-45

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Estamos llamados a la vida. En esta sencilla afirmación se condensa toda nuestra esperanza. Toda nuestra experiencia vital es un camino hacia la Pascua. En ese camino Dios viene a nosotros y se hace uno como nosotros, pero eso no disminuye la intensidad de nuestra peripecia, al contrario, la dota de significado, la profundiza y la espolea. Y en ese periplo personal y comunitario ingresamos en el desierto cuaresmal intentando discernir dos cosas: nuestra verdadera naturaleza y la mejor manera de liberarla de adherencias que no le permitan desarrollarse. El destino final es la vida con mayúsculas a la que accedemos mediante una sucesión de pequeños pasos a los que llamamos pascuas. Evidentemente, existirá para cada uno una Pascua definitiva, un paso al que desde nuestra perspectiva vemos como concluyente, que nos abra la puerta a la plenitud. Pero esa Pascua final está compuesta por incontables pascuas parciales que sólo desde ella cobran sentido.

Ezequiel nos habla hoy en términos absolutos. Dios va a liberarnos de nuestros sepulcros, nos infundirá su espíritu y nos colocará en nuestra tierra. Es imagen de la Pascua definitiva. Juan nos presenta a Jesús intercediendo ante Dios para que Lázaro vuelva a la vida, a esta vida; para que viva en sí mismo una pascua parcial. Quiero alejarme de la discusión sobre la historicidad del hecho concreto. Lo que es concreto es quién se beneficia de la acción de Jesús. Lázaro acude a la llamada de Jesús y supera una muerte, temporal pero real. Sus hermanas superan también la tragedia de esa pérdida, pues quien tiene fe en lo decisivo, puede ser fiel en lo poco y no abandonarse a la desesperación. Del mismo modo, también Jesús y los amigos circundantes recuperan al ser querido. Todo es obra de Dios, al que Jesús invoca, pero es trabajo del Espíritu.

Es el Espíritu de Dios el que habita en nosotros y nos llama a la vida. La piedad judía, como la nuestra en muchas ocasiones, concebía a Dios como un ser lejano. Por esa razón Ezequiel habla del Dios que ha de llegar e intervenir; Jesús alza los ojos al cielo porque también él recorre su propio camino, se sabe escuchado por el Padre pero aún lo busca fuera; tampoco él nació sabiendo y tuvo que aprender y descubrir… Es Pablo quien nos presenta hoy la síntesis final: el Espíritu, la acción de Dios, su ser mismo habita en nosotros y nos convoca desde nuestro propio interior. Nos llama por el nombre y nos invita a salir fuera, a abrirnos a nuestra verdadera naturaleza de hijos, semejantes a Dios, imagen suya; encarnación que desde lo hondo clama al Señor, como el salmista; que, como Marta, confía en la esperanza final, en el sentido que aporta Jesús a su vida, y encarnación que, finalmente, como Lázaro, deja atrás cualquier sepulcro y se deja desatar por quienes halla en el exterior.  Nos buscamos en lo interior porque es la forma de huir de las constricciones que el mundo nos impone, pero hallamos nuestra identidad y el sentido volviéndonos hacia los demás, transformándonos y transformando; todos nos desatamos a todos. Ezequiel habla del retorno a nuestra tierra, a nuestro ser y a nuestro paisaje, porque lo uno sin lo otro es un erial. Jesús despierta a Lázaro para que vuelva a esta vida. Y Pablo habla de la vivificación de los cuerpos mortales. Es nuestro mundo el que estamos llamados a transformar, porque la salvación, el sentido definitivo, no es el premio final, sino la realidad que nos impulsa para ir transformando cuaresmalmente nuestra realidad. Lo que ya somos, aunque aún no lo vivamos en lo plenitud, es esa naturaleza íntima capaz de responder a la moción divina. Nos encaminamos a nuestro Ser definitivo: la Pascua.


Resurrección de Lázaro, José Clemente Orozco (1943)


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