sábado, 27 de mayo de 2023

PENTECOSTÉS

28/05/2023

Pentecostés

Hech 2, 1-11

Sal 103, 1ab. 24ac. 29bc-31. 34

1 Cor 12, 3b-7. 12-13

Secuencia

Jn 20, 19-23

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Celebramos hoy la fiesta de la vida que se derrama sobre todos y sobre todo. Todos los seguidores de Jesús, nos dice Lucas, estaban juntos y fueron alcanzados por el Espíritu. Parece, sin embargo, que el hecho no debería entenderse en un sentido histórico, según hoy lo entendemos. Que estaban juntos es evidente, pero su unidad se refería a una zozobra compartida. Estando convencidos de que Jesús estaba vivo, no podían comprender ni su ausencia, que se les imponía como un mazazo, ni el aplazamiento del cumplimiento de sus expectativas. Es el Espíritu quien llega para hacerles salir y ponerse a hablar con todos los demás. El Espíritu es el aliento de Dios que hace surgir la vida; que impulsa para no dejar nada quieto ni aislado. Aquellas mujeres y hombres se lanzaron a hablar todas las lenguas; a romper cualquier frontera. La asamblea deja de mirarse a sí misma; abandona su postración y se ve lanzada hacia el exterior por un nuevo ardor que no pueden contener.

Juan presenta al mismo Jesús entrando donde estaban reunidos los discípulos. Y es Jesús quien les entrega el Espíritu al soplar sobre ellos. Este Espíritu es aliento, es respiración, es vida que moviliza a aquel grupo a vivir en la Paz de Jesús, a inaugurar unas nuevas relaciones, inéditas hasta la fecha, en las que serán los propios implicados quienes solventen sus discordias. En ellos vive ya la paz; el amor de Dios. La explosión que en Lucas movió a aquellas buenas gentes a derribar cualquier muro o aislamiento, la sustenta Juan en una paz interna que se trasvasa al exterior creando un nuevo modo de estar en el mundo. En la fiesta de Pentecostés se agradecían las nuevas cosechas, pero también se conmemoraba la entrega de la Ley en el Sinaí. Ahora se nos ha dado una nueva ley y la cosecha está empezando a producir. Es la nueva creación por la que el salmista da gracias a Dios.

Pablo insiste en la importancia de cada carisma, de cada ministerio, de cada acción. Todo se basa en el protagonismo de cada miembro. Y cada uno de ellos o ellas sólo puede reconocer a Jesús como Señor, es decir, tenerlo como guía y modelo, si el espíritu así se lo revela, se lo “inspira”. En cada una de ellas y ellos, en la medida en que se dejan guiar y mover por el Espíritu, éste re-crea la vida misma de Cristo. Cristo es el mesías enviado para sanar y liberar, que se sabe enviado y vive en unión de quien lo envía junto a aquellos a quienes es enviado. Existe un Cristo interior en cada uno de nosotros que se sabe en comunión con Dios, con todos y con todo. Somos cada uno ese Cristo que se une a todo, a todos y a Dios y se vive así en comunión con toda la realidad. Con el Espíritu recibimos el don fundamental de discernirnos siendo ya en Dios. Así, el Espíritu pone fin a cualquier zozobra o bloqueo. A partir de este momento todo se desborda, toda la vida es un don que se pone al servicio de los demás; todos los carismas son fruto de esa vivencia íntima de la unidad, pues son actualización del único don que mueve a la comunión con todo y con todos, que suscita una multitud de inquietudes atentas cada una a un detalle necesario, a una necesidad real. Los carismas son respuestas concretas, contextualizadas, a necesidades reales que en las diversas épocas han surgido como denuncia del olvido o la tergiversación del mensaje de Jesús. Cada uno es esa lengua que se aprende a hablar para aprojimarse a los empobrecidos más cercanos.  


Fray Nicolás Borrás (1580-1610), Pentecostés.
Aula capitular del Monasterio de San Jerónimo de Cobalta (Valencia)




   

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