sábado, 3 de junio de 2023

TRINIDAD

04/06/2023

Trinidad

Éx 34, 4b-6. 8-9

Dn 3, 52-56

2 Cor 13, 11-13

Jn 3, 16-18

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Para lo importante que es la fiesta de hoy, la liturgia se muestra bastante parca en la extensión de las lecturas que nos propone. Parca y, además, misteriosa: omite un versículo en su primera propuesta. Este fragmento del libro del Éxodo, nos dicen los exégetas, es importante porque contiene una autodefinición de Dios. En él, Dios se presenta a sí mismo como “compasivo y misericordioso, lento a la ira y rico en clemencia y lealtad” pero también, he aquí la omisión, como Dios que perdona “por millares” según unas traducciones, o “hasta la milésima generación”, según otras, mientras que castiga el pecado y la iniquidad hasta la cuarta generación. A nuestra mentalidad moderna le cuesta entender eso del castigo y construye una pedagogía del colegueo apartada de cualquier exigencia. Lo importante de este texto no es que Dios castigue por cuatro, aspecto en el que se cargaron las tintas durante siglos, sino que se mantiene fiel y perdona por mil, cuestión mucho más olvidada. El pecado lleva su penitencia, se decía; el mal tiene sus consecuencias, decimos ahora, y repercute no solo en nosotros sino también en los que nos rodean y en quienes han de venir. Social y ecológicamente tenemos ya plena constatación de esto. Admitir este versículo es admitir la dimensión global del mal, pero también la infinitud de la gracia que lo abarca todo.

Moisés termina pidiéndole a Dios que acepte a su pueblo y tanto lo acepta que Dios mismo se hará uno de ellos; uno de nosotros. Dios es amor, decimos, sería mejor decir que Dios es amar. El amor es desear y buscar el bien del otro. Dios ama al mundo, y que esto lo diga Juan, que habla de este lugar como el escenario del mal que el ser humano provoca, no es cualquier cosa. Dios ama lo imperfecto; lo deforme halla gracia a sus ojos; lo ve todo y a todos de manera muy distinta a la nuestra; no quiere que nada ni nadie se pierda. Por eso se hace uno más. Dios es así: amar. Pero es, por eso mismo, relación. No se ama a sí mismo, sino que en sí mismo se da ya la reciprocidad de los que se aman. A este misterio se le ha llamado Trinidad. Y después de ponerle nombre se empeñaron en intentar explicarlo según la lógica del momento, olvidando que lo central es ese amor del que nos habló Jesús y que quien lo viviese como Jesús nos mostró con su vida estaba ya salvado y salvaba con él su porción de mundo.

Esa salvación, que tantas veces se ha pospuesto para tiempos que “hemos de merecer”, no anda, en realidad, lejos de lo que nos recuerda Pablo: facilitémonos la vida unos a otros, amémonos y el Dios del amor y la paz estará en nosotros. Estamos llamados a ser como Dios mismo es y a vivir con los otros tal como él vive en sí mismo. Formar un solo cuerpo, no es una asociación cualquiera. Los primeros cristianos hablaban de asamblea y de comunión, como imagen de aquello que querían vivir. El amor del Padre, el compartir servicial del Hijo, la comunión en el amor del Espíritu. Así es Dios. Así se nos pide que seamos. Vivir esto es encontrarle un sentido a la vida pese a cualquier obstáculo; es dar inicio a la propia salvación, que, por supuesto, tendrá su plenitud donde y cuando haya de tenerla, pero no como premio que nos hayamos ganado según los criterios de cada época, sino como desarrollo natural de haber creído, de haber amado, como Jesús dijo: como Dios es. Es la Trinidad. en la que todo cabe y nada se impone, a la que le quitamos el “Santísima” para no verla como algo ajeno, sino como una realidad cercana en la que, de un modo u otro, estamos todos inmersos. 

 

Trinidad. Dibujo de Agustín de la Torre.

 

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